jueves, 7 de marzo de 2013

Ellos dos


Juntos o, mejor dicho, a la vez, quedaron en verse sin haberse visto nunca. Trataron de que sea algo más bien casual, sin tantas vueltas. En un principio Él pensó en un bar o un café, pero a Ella la idea no le gustaba, quería para ellos algo verdaderamente especial e insistía con la idea de algo espontáneo. Él propuso entonces que para verse por primera vez deberían irse de la ciudad por separado, en un supuesto viaje personal de ambos y, de esta forma, encontrarse en otro lugar. Pero Ella pensó que era una idea demasiado exagerada para la cita que tenía en mente y propuso entonces que el encuentro sea en una sencilla parada de colectivo. Él estuvo de acuerdo en casi todo, menos con la idea de permanecer en pie durante el encuentro. Atenta, Ella propuso una idea que lo conformó en absoluto. La parada en cuestión terminó siendo aquella del quiosco grande, frente a la mueblería, donde Ella toma el 303 al trabajo y donde Él suele pasar a diario. La hora fue pensada con similar condición y algunos vaivenes. Él supuso que las 18:00 hs era un buen horario, pero a Ella no le gustaba y quiso que se viesen a las 13:00 hs, creyendo que una cita casual debía darse en un horario más bien grisáceo. Fue entonces que, sin hablarse siquiera, quedaron en verse.
Tanto uno como otro intuían su presencia pese a estar alejados, y se seducían con pensamientos de aire. La luna jugaba con la luz del sol y encendía los pavimentos del mundo, pero no adivinaba la lluvia de mañana. Ellos acostados, pasaban revista a los rostros soñados pero en ninguno de ellos estaba la cara del otro. No intentaban imaginarlo porque sabían que la posibilidad de tener alguna certeza era totalmente vacía. Entonces, Ella cerró los ojos sin expectativas y luego Él.
Un viernes de llovizna. Él partió de su casa cuarenta minutos antes de la una de la tarde, la hora exacta de lo inexacto y lo imaginado. Ella lo hizo menos cuarto. Tanto Él como Ella se dirigían al trabajo. Ella, caminando a la parada del quiosco, pensó que hizo bien en vestirse con la ropa diaria, y Él, sentado ya en el 707, no se mostraba muy ansioso por tan inesperado encuentro. En la ventanilla del colectivo las gotitas también se encontraban entre ellas y contra el vidrio, se citaban sin conocerse las unas a las otras y en medio de su viaje al piso. Mirando, Él pensaba que cada una de ellas acercaba la hora de su propio encuentro, que podría haber sido aquella fijada u otra cualquiera. Si algún pasante los viera sería incapaz de reconocer en ellos a dos posibles enamorados. Él recordó a una chica que en su escuela lo había enamorado de amor lejano y que era hermosa, pero la convicción total de que no habría coincidencias con Ella lo mantenía alejado de cualquier preocupación. Ella sacaba cuentas y se percataba de que llegaría tarde al trabajo porque su hora de entrada era a las 13:30, deseó que el 303 llegara pronto.
Él mira un reloj de cuero. La cita de ocasión estaba lista para darse. Cinco minutos faltan para las 13:00, pero lo mismo daría si faltaran más o menos porque ellos se encargan con eficiencia de ignorar que Él la verá a Ella y que Ella lo verá a Él. No había expectativas ni ilusiones, de hecho, no estaba permitido ningún pensamiento precedente acerca del asunto en cuestión ya que el mismo daría por nula cualquier posibilidad de sorpresa. Prudentes y con vida ambos confluían hacia la parada del quiosco grande por caminos distintos y sonreían sin saber nada. Lo imprevisible es esencial, aunque sea de imitación. Y por lograrlo se olvidaban del encuentro, de la hora, e incluso de ellos mismos.

Él, sentado en su colectivo, mira por el vidrio y distingue la parada del quiosco grande. Allí estaba Ella, que lo ve pasar. El 707 no se detiene. Ellos dos se miran entre el agua del cielo y se desean. Son diez segundos. La cita concluye sin más. Y se olvidan sin saber que con ellos también se chocan otras gotas de lluvia en el parabrisas de la ciudad.