sábado, 12 de octubre de 2013

El enamorado del circo


                                                       
En las afueras de una gran ciudad la gente se acerca entusiasmada al circo. El día está nublado y  el público está inquieto. Muchos han visto los afiches en las calles, otros han escuchado los buenos comentarios. Es un buen día de espectáculo. Los ánimos convergen en busca de alegría y diversión. Se abren las boleterías y una multitud se adentra en el universo circense. Casi todos buscan con mirada ansiosa aquel fenómeno que protagoniza las propagandas. El célebre prodigio de la compañía. Pero no ven nada. Por el momento la atención general se detiene en las enormes fieras y sus domadores, en la mujer barbuda, el faquir y el hombre más fuerte del mundo. Un puñado de payasos hace su número en distintos puntos del predio. Algunos espectadores advierten una gran jaula cubierta con una espesa manta. Situada a la derecha del león está oculto el fenómeno. Es la mayor atracción y no será presentada sino hasta las doce. Faltan pocos minutos y los parlantes lo anuncian. El público se agolpa en las barreras de contención y las miradas se encuentran extasiadas. El presentador sube a una tarima y anuncia con pompa un caso que dejará pasmado al que lo contemple, la estrella del circo, el prodigio que nadie jamás ha visto en el mundo. Sin más preámbulo tira de una cuerda y el telón se descubre mientras su voz proclama: “con ustedes, señoras y señores: la persona más enamorada del mundo”. La reacción en todos los espectadores es unánime, nadie pestañea, los más quedan boquiabiertos y no faltan las que, asombradas, ahogan un grito de sorpresa. El fenómeno es verdaderamente llamativo. Detrás de unos fuertes barrotes adecuados al caso se encontraba una persona enamorada como nunca se ha visto. Las expectativas del público son cumplidas con creces, nunca han visto ni pensado algo igual. La multitud desfila frente a él. La maravilla los mira estático desde su encierro. Los que lo miran susurran expresiones de admiración y algunos le tiran pedazos de pan, devorados con ferocidad. La tarde transcurre y el público se retira lentamente, aún aturdidos por tan gran espectáculo.