Es lunes y tengo mucho frío. Como la profesora Almaraz faltó,
tenemos las primeras dos horas libres y estamos todos en el buffet sentados en
una especie de ronda alrededor de algunas mesas. Tengo un buzo canguro gris y
negro y miro al piso. También tengo puesto un pantalón verde oscuro
dos talles más grande y que usé casi todos los días de aquel año. Mis
zapatillas son unas de lona color verde flúor. Las baldosas ostentan un color
amarronado y, mientras las observo, mi cabeza se aburre con otras ideas. Recuerdo,
por ejemplo, aquella sensación desagradable de la noche anterior
cuando mi cara totalmente afeitada se reflejaba en el espejo. Me quedó, además, la amargura del partido de ajedrez perdido el domingo por la tarde contra mi primo Joaquín.
El
cuadro descripto es totalmente verdadero, no hay nada de literatura
ahí. Es más, esta vez no voy a decir que me llamo Tomás ni boludeces parecidas que
hago en textos de este mismo blog cuando me da vergüenza lo imbécil que era.
Nada de eso, soy Leandro, tengo un buzo cangurito que Agustín me va a romper
dos meses más tarde, es un lunes de agosto a la mañana, estoy completamente
afeitado y con un pantalón verde impresentable, me estoy cagando de frío, las
baldosas son amarronadas y tengo la seguridad de que Leslie, la chica que amo
sin decírselo a nadie, me está mirando ahora mismo.
No sólo
eso. Está diciendo algo de mí aunque no sé bien qué. La situación es tan
incómoda que finjo ganas de ir al baño en el instante en que ella dice
"¡basta, no aguanto más!", como si expresara mi pensamiento y no el
suyo. Supe enseguida que iba a proponerme algo.
La escena fue rápida. Ella y
dos compañeras se dirigen hacia mí. Imagínense el cagaso. Mara se me planta enfrente y, como dándome una trompada, me extiende ambas manos
en un gesto sorpresivo. En su derecha tiene un paquete de tic-tac blancos, en
la otra un paquete de tic-tac de naranja.
-¿Querés?
Leslie te convida.
Anuncian
con crueldad.
-Elegí
bien, no seas boludo- comenta
Luciana.
A mí
los tic-tac de naranja no me gustan. Elegí, entonces, las pastillas blancas.
Sólo las señalé, tan nervioso estaba.
Esperé
la reacción.
-¡Bueee…!
No sabés lo que te perdés- Dijeron con un pronunciado gesto de decepción.
Las
blancas eran la opción equivocada. Y no,
no tenía idea de lo que me perdía. Nunca lo supe. Elegir entre unas pastillas blancas u otras naranjas, ¿qué tan importante puede ser una decisión tan pero tan pequeña?
Así,
sin más, se iban a ir.
-Bueno,
pero se van y no me dieron el tic-tac blanco- dije dando vergüenza. Luciana me da el vacío que me había ganado y ambas se fueron.
La
anécdota no es más que ésa. Detrás de los tic-tac de naranja estaba el amor
que tuvo que ser y no fue. Este texto es un intento para dejar de lamentar no haber elegido las putas pastillas naranjas. No hubo vuelta atrás. Leslie había tomado la mala decisión de dejarme elegir o, mejor dicho, tomó la mala
decisión de librarlo al azar.