viernes, 18 de diciembre de 2015

La gorgona de Safo


En el siglo VI a.C. la poetisa Safo de Lesbos lanza los siguientes versos al viento del mar Egeo. Hallados en las arenas circundantes de Alejandría allá por el año 1755, es traducido al castellano recién por Menéndez Pelayo cien años más tarde. Esta es una de sus versiones:

Fuego divino el que arde dentro 
de aquel venturoso que logra 
en ti descansar su mirada. 

Que si oyes presto sus palabras,
queman en tu garganta. 
Que si rehúyes de ellas siendo arisco 
quedan igual de suaves en tu alma. 

Serpientes de diosa Gorgona oprimen 
tus deseos y pretenden enredar de anhelos 
el incierto rumbo de este amor distante. 

Sólo con mirarte: mi pensamiento desvela 
una noche de sol sin término. 
Cúbrome entera de sueños que crecen 
en la hierba de tu sonrisa altiva.

Hace más de dos mil seiscientos años Safo escribió estos versos. Ahora bien, ¿cómo demuestra la Historia que son suyos más que míos, si hoy los reescribo con mi lectura y mi alma los abriga como nunca?

jueves, 17 de diciembre de 2015

Mi alma no ubica el lugar ansiado

Antes que nada odio los acertijos. Odio los acertijos tanto como esos textos herméticos que no sabés qué carajo quieren decir. Si cuento algún acertijo cada tanto o si escribo textos herméticos es por una sola razón: porque hay veces que no me sale decir lo que siento y porque hay momentos donde no sé qué inventar para que no se note que las circunstancias me superan.

Hecha la aclaración, acá les va un acertijo y un texto hermético rejuntados en un cúmulo de palabras. El mismo está dirigido a una sola persona (aquella que me plantea el acertijo más difícil que he escuchado), el resto, bien pueden abstenerse de continuar leyendo, por la simple razón de que no le van a encontrar sentido alguno al texto y es posible que les parezca una mierda. La cosa dice así:

Durante aquel día, Tomás busca a una persona que no sea parte de este mundo tan pero tan gris. No la encuentra. Pasadas las ocho de la noche sale del trabajo y observa que el cielo está oscureciendo, no le da mucha importancia. En la parada del bondi que lo deja en una casa que no es la suya, mira el reloj. Dice 20:30. Después de dos horas de viaje, Tomás se arrepiente de un viaje tan oscuro, se pega media vuelta y se toma otro bondi a Banfield. Cuando se sube una persona le dice "Relajá, de noche todo es más divertido" y otra lo consuela diciéndole que peor es ser un pececito en el fondo abismal del mar. Mira el reloj, son las 22:30. Él se relaja y comienza a disfrutar de tanta oscuridad. ¡Qué compañía tranquila y agradable! Así se hace la hora en que Tomás debe bajarse. Antes mira el reloj, las once en punto. Cuando baja, mira el cielo, pero no ya con el desinterés de antes. En las estrellas encuentra un poco de la luz que se había ido con la tarde. Todo lo que tenía que hacer es mirar el cielo estrellado. Tomás y su viaje y aquel día son insignificantes para las estrellas, y es probable que las estrellas admiren la luz humana y piensen que ellas son insignificantes para nosotros. Pensando en esto se da cuenta de que se bajó una parada antes. Tomás está solo frente a una plaza y se va a sentar a un banco. Falta media hora para que termine su día. Cuando ya perdió toda esperanza de cruzarse con aquella persona que no sea parte de este mundo tan pero tan gris, ella aparece. Pero algo resulta extraño, como salida de algún un huso horario lejano esta persona vive todavía en las cuatro de la tarde. No sabe cómo decirle que él vio al sol esconderse en el horizonte cuatro horas atrás. ¿Intentaron explicarle alguna vez a alguien cómo se ve el atardecer? Es imposible, las palabras no alcanzan, son insuficientes. Ya son precarias para comunicar cosas mucho más sencillas y prácticas, ni se imaginan cuando intentan describir algo relacionado con el mundo de las impresiones. Para Tomás el sol se escondió hace rato y todavía su alma no encuentra el lugar ansiado.

Para mí es de noche pero para ella todavía es de día. Nada más raro. En realidad no es un banco en el que me siento sino un tronco. Claro, como soy muy considerado preparo mate aunque para mi sea la hora de la cena. La miro. ¡Es ella! La magia se le nota en los ojos. Con cada palabra lava de inocencia mi sensación de culpa, como las gotas de lluvia que caen con fortuna en esas zapatillas llenas de mugre que uso cada tanto. Hablamos de cualquier cosa y ella sonríe de a ratos y yo miro al costado y no la escucho, porque nos miro de lejos pensando en todas las veces que imaginé la escena. En realidad, la escucho demasiado, porque cada palabra suya va reconstruyendo en mi cabeza una imagen hace tiempo desmoronada por el mundo, la rutina y la desilusión. Como si nada me dice la gente se olvida de mirar al cielo. Suspiro. Era eso. La miro. La luna se inspira en su sonrisa. No creo que sepa lo que pasa por mi cabeza aunque intuye que estoy pensando algo, estoy por decirle "¿por qué no me lo dijiste antes?, ¿por qué no apareciste antes?", pero no le digo nada, en vez de eso miro a un costado y me río. Río porque sus palabras me parecen hermosas. Un manantial escondido entre la sequedad de la noche. No entiendo de dónde saliste, mi alma no ubica el lugar ansiado. Pero ahora estás, acá. Y cuando termine mi día es probable que no, ¿quién sabe? En cualquier momento la estrella que viste toda tu vida puede desaparecer, ¿quién sabe? Y la persona en que confiás, también puede desvanecerse tanto como aparecer puede la que esperás, ¿quién sabe, mi alma no ubica el lugar ansiado?

Lo primero que te digo es: me da vergüenza confesarte que para mí son las once y media de la noche. Vos no le das importancia y te acomodás el pelo que te entra en la boca.

Después te digo: Tomá un mandala. Pintalo por favor, y me sale tímido como un nene que no dobla la rodilla para patear la pelota. Está bien, pero te lo voy a dar cuando se me cante. No me molestes, me respondés siendo una adolescente que masticando chicle y cruzándose de brazos.

En tercer lugar te pregunto: ¿sos un sueño? Vos me respondés que sí y desaparecés.

En cuarto lugar te quiero decir algo lindo pero no se me ocurre nada. Una noche de mosquitos me inspira: sos mejor que el off, te escribo. Definitivamente no soy bueno para galanterías. Pero a vos te debe resultar simpático porque me prometés lo menos valorable en términos materiales y, por tanto, lo más invaluable en términos de lo que más vale: una piedra.

Por último te digo: es ahora, al fin de mi día, que te encuentro. Justo cuando menos te buscaba. Y es lógico, no pudo haberse dado de otra manera, en todo hay un orden y una circularidad, como en los mandalas, que me indican el orden silencioso que maneja nuestros caminos. Entiendo tu distancia y tu silencio en este laberinto, no voy a pedirte otra cosa. Entretanto agradezco que seas vos, saber que existís en algún lugar del universo y que justifiques el esfuerzo de este largo día. Sólo una cosa más: te adelanto que a las cuatro la luz de la tarde no imagina la oscuridad de las once, hay que esperar. 

Vos no leés el mensaje. Para colmo nunca me diste la piedrita. Mi juego perverso es éste, un nuevo acertijo, aunque poco te preocupe resolverlo.              

domingo, 29 de noviembre de 2015

La gárgola


La gárgola del dolor no es póstuma, es cotidiana, y reprime tu existencia desde abajo y desde adentro todos los días de luna a luna. Navega en la proa de una barca oscura prefigurando tus angustias: el miedo de perderla, la ausencia de su voz, el vacío de sus pupilas y esa ilusión de tenerla que oscurece de putrefacción su compañía. El que teme al infierno y cree en él es claro que no la conoce. Aquel creyente imagina tormentos que de tan futuros y exagerados se tornan inexistentes e incomparables a la gárgola de tu deseo. El infierno que te atormenta en vida es ella y el otro, en el que creen tantos engañados, no existe porque luego de la muerte no hay nada y antes de la muerte está ella, consumiéndote en silencio con su mirada hermosa. La gárgola del deseo no busca ni espera tu muerte solitaria, la gárgola te mata cada día de luna a luna mientras navega en la proa de una barca oscura anticipando el miedo de que ella te olvide, prefigurando el deseo de sus labios, pronosticando el dolor eterno de su ausencia.

lunes, 23 de noviembre de 2015

El polvo de la memoria



Más que por la ilusión de las fotos y el cine en blanco y negro, la memoria es gris por el polvo. Como las cosas viejas que quedan quietas y se cubren de gris. Al Beto lo recuerdo en ese tono impreciso, vestido del mismo gris con el que me imaginaba aquella historia que contaba siempre con distintos matices. En todos sus personajes, en todo Santiago, en sus palabras, había polvo, colgaban telarañas de memorias imprecisas.

En la calle la gente lo menciona. Muchos no asimilan la novedad si no la amarran a lo conocido y, por eso, me dicen el nieto del Beto por mucho que sepan mi nombre. Y con su nombre, reaparece su historia. La historia. Aquella anécdota gris que nunca tenía fin. Contaba siempre la misma aunque a veces la deformaba tanto que parecía otra; algunos días, con los ojos iluminados, la contaba con gracia excepcional; en otras ocasiones, luego de cinco o seis copas se volvía cómica, inentendible o francamente insoportable. En sus últimas ensoñaciones, sin embargo, el relato adquiría algo de triste añoranza. Cansado, esperaba con angustia el fin de sus días, durante los cuales no había podido agotar las diferentes versiones de la anécdota a pesar de haberla repetido en mil ocasiones.

Era un día con viento rugoso, contaba, de esos que existen en Santiago nada más. Y aquel fue un embrollo de aquellos. En esa tarde de domingo, el Visco no tuvo otra que salir a definir el entrevero con la Bicha. Usaba esas palabras raras que tanto le agradaban y que no hacían más que adornar escenas que no terminaban de ser del todo claras. Con el tiempo entendí que la gracia que encontraba en su monólogo radicaba en escoger siempre palabras diferentes para explicar lo mismo, buscando que, con esas modificaciones, la historia también cambiara. El viento raspaba los días de calor allá en Santiago, contaba en otra sobremesa. Y el domingo se armó la gorda. Literalmente, porque el Visco tuvo que salir a los tiros con su mujer.

Más que hablar, el abuelo soñaba. Con frecuencia manteníamos nuestras conversaciones familiares en paralelo a su patológico monólogo y nuestras voces se superponían en una escena grotesca que ya nos era habitual. Pero Beto no se enojaba, era buen tipo, a veces levantaba la voz con desconfianza y nos preguntaba si habíamos entendido la parte en que la Bicha se enteró que su marido se acostaba con la almacenera, nosotros asentíamos en silencio o simplemente no hacíamos nada y él proseguía. 

Nadie conocía cuándo y por qué había comenzado a contar aquel enredo y a esa altura nos resultaba natural que lo haga, por otra parte, la gente que lo conoció antes del episodio había quedado en Santiago y de ellos nada sabíamos. Durante tantos años de escucharlo me había figurado la idea de que, cuando Beto estuviese seguro de dejar el mundo, nos iba a contar el final. Quién había matado a quién, si alguno seguía viviendo, si ambos terminaron en la cárcel o si lograron sobrevivir y continuaron con una relación de amor renovada. Pero se murió y nos dejó la intriga. 

Era primavera cuando tío Checho me dijo a solas que Beto le había contado el final unos meses antes de morir. Cuando me reveló el secreto no me sorprendió, el final era el peor y la relación del Beto con el Vizco y la Bicha era más cercana de lo que daban a entender todos aquellos relatos. Tío Checho me dijo que Beto repetía la historia con el fin de entender su final, aquel que nos vedaba y que él, en cierta forma, también desconocía. Disfrazando la tragedia con liviano traje de anécdota, intentaba todos los fines de semana cambiar su pasado buscando las palabras adecuadas para recrearlo. Quería aliviar tanto dolor buscando una versión que cuadre a su entendimiento, que mitigue la lejanía de la sonrisa de la Bicha, de las palmadas del Vizco. Con palabras imprecisas, en palabras que siempre eran otras y estaban llenas de polvo, el abuelo se repetía la misma historia una y otra vez; y nosotros, sordos, nunca supimos ver las marcas de las lágrimas secadas por el viento rugoso de Santiago. 

martes, 3 de noviembre de 2015

A los perdidos


A los que de tanto lavar los platos nos hacen fama de romper los vasos. O de tanto fingir sonrisas nos tildan de nihilistas. O por ser razonables nos parangonan con cobardes. 

Que de tanto remarcar desdibujamos. Que de tanto empeño la embarramos. Que de tanto pensarlo lo arruinamos. De tanto recordarlo lo olvidamos. De tanto acariciarlo lo rompemos. De tanto guardarlo lo perdemos. De tanto perseguirlo se nos escapa. De tanto repetirlo se nos pasa. De tanto esperar no llegamos. De tanto amagar le pifiamos. De tanto insistir parecemos testarudos y de tantas simples ilusiones nos aplasta el mundo.

Nosotros que de tan buenos somos boludos. Que ya nos acostumbramos a putearnos desde afuera: no nos crean. No somos así porque queremos, es así como lo vendemos. La cuestión es que no queremos ser buenos, este es nuestro secreto. Y, si parece que lo somos, no nos crean: sucede que no podemos hacer las cosas de otra manera.

Llevamos mate para caer bien por las tardes. Te saludamos aunque nos caigas mal. Somos hincha de tu equipo. Estamos de acuerdo con tu opinión. No parece bien eso que hacés. Eso que decís. Nos ponemos la careta con orgullo, queriendo caerle bien a algunos, terminamos siendo odiados por muchos. 

Valoren al que es bueno por fortaleza no por debilidad. Y a nosotros no nos juzguen por ejercer de forma impía la benevolencia, por convertir al bien en un poder nefasto. No hay ser humano que del olvido no sea buen pasto.

martes, 13 de octubre de 2015

Lucía y la mosca



Siempre que podía, Lucía atrapaba una mosca en un vaso y se quedaba mirándola. Ella sabía que la mosca no la pasaba del todo bien dentro de su celda de vidrio, pero no podía abandonar la diversión de quedarse estática viendo el movimiento enérgico de aquel par de alitas invisibles. Por otra parte, si la soltara ¿quién sabe la cantidad de peligros que acecharían su vida allá afuera? Por estas razones, Lucía amaba tener moscas en su vaso de vidrio. Cuando la mosca se moría por inanición o cansancio, salía al patio a escondidas de su tía a tomar una nueva. Lucía vivía en una casa con un jardín muy verde y unas paredes muy grises, porque a su tía Esther los colores le hacían doler los ojos. Esther, como Lucía con la mosca, no dejaba salir a su sobrina de la casa. Con el pretexto de cuidar de su integridad la sometía a un control asfixiante, haciéndole creer a Lucía que toda su severidad era por su bien. Durante el verano de aquel año, tía Esther aumentó notoriamente de peso haciendo que su humor empeorara y volviéndose más desagradable en su trato con Lucía. Lucía, por su parte, nunca le dirigía la palabra limitándose a asentir con la cabeza. No obstante, había días en que tía Esther miraba a Lucía con algo de no sé qué de amor en los ojos.
Dentro de la casa, la mosca era lo único que hacía olvidar el encierro a Lucía, de la misma forma en que ella era lo único que distraía a su tía de la cercanía de la muerte.
Aquel verano, la mosca pasó a ser más que una simple diversión para Lucía. A la noche, cuando el silencio era más profundo, pasaba horas enteras con la oreja pegada en la fría base de vidrio del vaso para poder escuchar las mínimas vibraciones producidas por el insecto. Tenía la ilusión de poder entenderla, de descubrir el lenguaje secreto de las moscas. Su obsesión era cruel y lo sabía. Eso la fascinaba más pero también le pesaba, le hacía mal saber que su placer y diversión dependía de la vida de un ser. Como Lucía nunca pudo, ni podrá, hacerse cargo de sus debilidades, y dado que jamás había podido liberar una mosca del vaso si no era ya muerta, pensó que su tía podría hacerlo. Aquello fue sencillo, una mañana antes de salir al colegio dejó el vaso  arriba de la mesa de la cocina y, una vez que su tía lo encontró, la liberó no sin antes preguntar a los gritos qué significaba ese vaso dado vuelta y con un bicho adentro. Por primera vez, Esther hizo algo bueno por Lucía aunque jamás lo supo y, por primera vez, Lucía quiso darle las gracias con algo de cariño aunque nunca se atrevió a hacerlo.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Las sombras




Durante el viaje en colectivo, Gerardo entreteje el argumento de un nuevo texto. La historia transcurre en una época lejana de España. Un hombre, quizás González quizás Fernández, siendo de la corte del rey de Castilla, traicionaría la corona uniéndose a los devotos de un nuevo credo. En su nueva fe, el tal Fernández o González se iniciaría en el ocultismo. Mientras imagina la naturaleza de artificios clandestinos y rituales arcanos, a Gerardo se le eriza la piel poco a poco, en su mente vislumbra la historia de un perjuro descubierto y torturado por la fuerza oscura de la fe cristiana. Su imaginación es poderosa y contagia su cuerpo de impresiones verdaderas. El tal Fernández o González huiría de su ciudad; sudoroso por el peligro, tomaría sus pertenencias más valiosas y, ocultándolas en un hueco, enfrentaría el peligro de la inquisición. 

Mi cabeza despierta del devaneo ficticio, voy por la calle Arrotea ya casi llegando al parque municipal. La idea del relato parece un sueño, o una pesadilla, porque de inmediato la olvido y siento el hambre de la hora de almorzar. Una nube tapa el sol por unos segundos. Saco la vista de las casas que pasan y observo el interior del 540. El colectivo está lleno, hay gente parada a mi alrededor que disimula con el estatismo de su cuerpo la ansiedad por llegar y abrir la puerta de la heladera. Veo en sus caras pensamientos lejanos y preocupaciones ordinarias. Se ven parecidos; cuando lleguen a sus casas el perro les saltará encima, prepararán sus almuerzos, pondrán la tele y dormirán la siesta dando rienda suelta a sus desenfrenadas ansias de comodidad. Pero desconocen que observo con detenimiento sus defectos encandilados por tanta luz. Hay uno que escupe por la ventanilla. Otro no deja de tantear con dedos desesperados su celular de pantalla táctil, gritando los mensajes. Una mujer sentada en la fila de al lado cierra los ojos y respira entrecortadamente mientras descansa sus manos entre las piernas cruzadas; es obvio que su deseo suspira. 

La luz de mediodía es mucha, el sol me da en la nuca y me hace doler los pensamientos. A mis ojos, las figuras se vuelven siniestras. Casi me roza la campera de un pibe y lo miro sin diplomacia. Sus ojos hundidos me revelan la frecuencia de la cerveza. En su mirada adivino la seguridad de una vida estable, se refleja en el balbuceo, en el masticar de chicle, en la música chicharra que se escucha como un rumor que automatiza el pensamiento. Comienzo a olvidar el hambre que sentía hace unos momentos y no llego a distinguir la altura de la calle por la que vamos. Los pasajeros no se miran entre ellos, todos se concentran hacia las ventanas o en su celular. Cabe pensar que ninguno se conoce, pero ¿eso no es más motivo para tratar de reconocer con la mirada los rostros circundantes? No, soy el único que lo intenta. Actúan en consonancia, hacen lo mismo y de la misma manera. Menean sus cabezas. Miran para afuera y para abajo con movimientos alternados, que se vuelven cíclicos y acompasados. Si desean lo mismo y se mueven de forma similar no sería descabellado imaginar que actúan en mutuo acuerdo. 

Los pasajeros del 540, sin sospecharlo, se convierten en mi pesadilla. A mis ojos, aquellas imágenes despreocupadas comienzan a perturbarme, sus posturas indiferentes se tornan viciosas, sus miradas anónimas son tóxicas y su silencio me confirma secretamente que creen en el Dios destructivo de la inquisición. Me desespero. Los miro a los ojos y ellos no se dan a conocer, se mantienen reticentes, no confiesan lo que son, fingen que no saben de mi existencia, fingen desinterés en mi persona. No obstante, sé muy bien que soy el objetivo. Me remuevo en el asiento, la situación del observado, del perseguido, merece piedad divina, no este castigo. Busco refugio inútilmente en alguna cara conocida, en algún gesto de confianza, en alguna casa o negocio que me sean familiares pero nada de eso aparece en este lugar que se torna más hostil a cada segundo. Todo mi cuerpo es un torbellino de sensaciones, los pensamientos cada vez más oscuros de mis hostigadores ejercen una presión física en mi piel. Me mareo mucho, busco en la mochila las pastillas que mi vieja me da para no marearme en los transportes, pero en su lugar encuentro la única daga que logré rescatar del hospicio. ¡Quedad quieto, González Fernández!, me grita el mancebo de campera, a quien presto oídos con displicencia ¡No hay enemigo de Dios en este carro, aquí es el fin de vuestro viaje!, dice con fuerza dándose a conocer afecto al rey de Castilla y capturando mi cuerpo ya sin aliento.

jueves, 20 de agosto de 2015

¡Advertencia!


El que ambicione llegar antes que los demás será perseguido.
El que acumule prendas que no utilice será encarcelado.
El que no preste el sacapuntas será proscrito.

El que lea este blog con intención de encontrarle sentido será juzgado por un tribunal. 
El que se aferre a sus libros será fusilado.

miércoles, 29 de julio de 2015

Es el caos


Alguien roba el celular a alguien. Corro al ladrón y le arrebato el celular. Alguien cree que el ladrón soy yo, me insulta y me arrebata el celular. El propietario, indignado, increpa al cuarto individuo creyéndolo el primer y verdadero ladrón y le quita el celular.  

La escena se repite en distintos puntos de la ciudad en simultáneo. Ahora nadie sabe quién es el ladrón y quién el robado, porque muchos son los unos y muchos los otros.

En un inicio, intenté ser amable. Ahora, puesto que mi celular ha sido arrebatado, intento apropiarme de alguno que sea de mi agrado. Ya no sé si soy el delincuente o si soy el atacado. Y es el caos.

jueves, 23 de julio de 2015

Metáforas en concreto



Soy en el mate de la mañana. Siempre tan amargo en el primer sorbo. Luego me gano simpatías con el sabor algo mejorado, hasta puedo parecer lúcido, generando, incluso, expectativas en quien me ceba. Pero luego, ya sin agua, termino sin ideas y descubriendo mi verdadera identidad de simples yuyos triturados en un mate poco original que pierde sabor con el tiempo. Así y todo, algunos me desayunan. Incluso me sacuden amistosamente el peinado con pizcas de azúcar para no decepcionarse tan pronto. A decir verdad, sólo unos pocos me toman por elección, la mayoría lo hace porque otros me ofrecen y no quieren ser descorteces. De esta manera es que me aceptan, me chupan un poquito y me devuelven dando las gracias.

Soy, también, en la metáfora.

El autoritarismo del diccionario define que la metáfora es un giro del lenguaje por el que se nombra una cosa mencionando otra. Yo menciono mi nombre cuando me lo preguntan, por ejemplo. Yo podría llamarme tomás, es posible que así figure en mi documento, pero de ninguna manera soy en la palabra tomás. Los diferentes fonemas que descomponen tomás no me denominan sino por casualidad, parcialmente y por decisiones ajenas y arbitrarias. Me dicen tomás, como podrían decirme joaquín, diego, patricia, mariana, ismael, facundofrancisca o, incluso, leandro. Yo no soy más en la metáfora de algunas letras sin sentido que en la metáfora de un mate. Ni siquiera yo soy yo. Podría ser, más bien, un puñado de metáforas variadas. Podría ser, por ejemplo, en la metáfora de un guerrero griego o también en la de pequeñas hormigas caminando por la comisura de una baldosa o en la metáfora de un colibrí sin vuelo.

Por eso mismo, y aunque ustedes no lo crean, soy también en estas líneas. Sí, estas de acá y de ahora, sin ninguna metáfora mediante. Estas líneas me mencionan tanto como mi nombre. Tanto o mejor, dado que salen de mí mismo. Soy estas oraciones y estoy en la pantalla de tu computadora. Y no sólo eso. Soy tanto estas líneas como soy el que las está leyendo. Soy en su mente.

A esto es a lo que quería llegar. Como el mago que muestra el prodigio cuando descubre su galera, yo afirmo que estoy en vos porque vos estás leyendo algo que yo soy. Por todo esto es que, además de ser un mate, soy en vos, en tu pensamiento. Sea donde sea que estés leyendo esto, sólo por un rato.

Soy vos y un mate. Me termino en el último sorbo. Y con el punto final dejo de existir.

lunes, 20 de julio de 2015

Boceto de una experiencia


Existo para que algún día, a pesar de todos los pronósticos, el deseo de encontrarte se cumpla. El deseo de entender la razón de todas las mañanas o capaz no ocurra nada y la muerte esté vacía de significado y como una sombra me desvanezca en la oscuridad que reina en la suma de todas las sombras que murieron de ser sombras, de no encontrar, de no saber que existías, de olvidar el camino. 

Para comunicarme con vos hablo de nada o, mejor dicho, hablo de eso, y el sujeto tácito gobierna mis palabras. Palabras que cuesta encontrar porque es más fácil imaginarte en silencio para estar cerca y mirarte con transparencia y que tu corazón se deje querer.

Algún lector intérprete se esforzará también por encontrarte, y sus esfuerzos serán vanos. 

Yo tampoco sé de quién hablo. 

sábado, 18 de julio de 2015

Arte verdadero



Así es la vida de Gerardo quien, pese a su estilo más bien bohemio, tiene un objetivo muy claro: alcanzar la expresión máxima del arte. Para estar a la altura de la tarea se instruye con las ideas fundamentales de la teoría del arte plástico y literario. Con tantos conceptos de la estética se le ocurre una idea y un día comienza a dormir en las plazas. Piensa que la obra de arte no es más que pura sensación y no hay sensación más sentida que la soledad en la ciudad. Asimismo, se convence de que la metáfora del frío es imposible de lograr sin saber del frío verdadero, sentido por tantos en la calle. Llevados varios días en la intemperie, no dejaba de pensar en aquella obra digna de sus esfuerzos. Entendió que no hay obra más famosa que la anónima. Anónima debía ser, por tanto, la empresa, por lo que comenzó a salir por las noches con un pasamontañas cubriéndole la cara a realizar grafitis en paredones vacíos. Pasó de contemplar el arte como reflejo de la realidad a contemplar la realidad como si fuera reflejo de un gran cuadro. Si el arte es representación, como enseñaban los griegos, la realidad es el arte más acabado representando los conceptos detrás de ella. Invierno. Cucarachas. Injusticia. Cemento. Indiferencia. Combustión. Infamia. Celeridad. Inclemencia. Calle. Indolentes. Corruptos. Invisibles. Contaminados. Imágenes. Celdas. Ídolos. Cuerpos. Inmateriales. Constantes. Inseparables. Cientos. Incinerados. Un martes de otoño, se propone la gran obra y en un sueño de colores ocres, música triste, personajes humillados y algunas horas, Gerardo logra su objetivo. Tan glorioso, tan pasajero y tan ignorado.

viernes, 19 de junio de 2015

Eran las tic-tac naranjas



Es lunes y tengo mucho frío. Como la profesora Almaraz faltó, tenemos las primeras dos horas libres y estamos todos en el buffet sentados en una especie de ronda alrededor de algunas mesas. Tengo un buzo canguro gris y negro y miro al piso. También tengo puesto un pantalón verde oscuro dos talles más grande y que usé casi todos los días de aquel año. Mis zapatillas son unas de lona color verde flúor. Las baldosas ostentan un color amarronado y, mientras las observo, mi cabeza se aburre con otras ideas. Recuerdo, por ejemplo, aquella sensación desagradable de la noche anterior cuando mi cara totalmente afeitada se reflejaba en el espejo. Me quedó, además, la amargura del partido de ajedrez perdido el domingo por la tarde contra mi primo Joaquín. 

El cuadro descripto es totalmente verdadero, no hay nada de literatura ahí. Es más, esta vez no voy a decir que me llamo Tomás ni boludeces parecidas que hago en textos de este mismo blog cuando me da vergüenza lo imbécil que era. Nada de eso, soy Leandro, tengo un buzo cangurito que Agustín me va a romper dos meses más tarde, es un lunes de agosto a la mañana, estoy completamente afeitado y con un pantalón verde impresentable, me estoy cagando de frío, las baldosas son amarronadas y tengo la seguridad de que Leslie, la chica que amo sin decírselo a nadie, me está mirando ahora mismo. 

No sólo eso. Está diciendo algo de mí aunque no sé bien qué. La situación es tan incómoda que finjo ganas de ir al baño en el instante en que ella dice "¡basta, no aguanto más!", como si expresara mi pensamiento y no el suyo. Supe enseguida que iba a proponerme algo.

La escena fue rápida. Ella y dos compañeras se dirigen hacia mí. Imagínense el cagaso. Mara se me planta enfrente y, como dándome una trompada, me extiende ambas manos en un gesto sorpresivo. En su derecha tiene un paquete de tic-tac blancos, en la otra un paquete de tic-tac de naranja.

-¿Querés? Leslie te convida.

Anuncian con crueldad.

-Elegí bien, no seas boludo- comenta Luciana.

A mí los tic-tac de naranja no me gustan. Elegí, entonces, las pastillas blancas. Sólo las señalé, tan nervioso estaba.

Esperé la reacción.

-¡Bueee…! No sabés lo que te perdés- Dijeron con un pronunciado gesto de decepción.

Las blancas eran la opción equivocada. Y no, no tenía idea de lo que me perdía. Nunca lo supe. Elegir entre unas pastillas blancas u otras naranjas, ¿qué tan importante puede ser una decisión tan pero tan pequeña?

Así, sin más, se iban a ir.

-Bueno, pero se van y no me dieron el tic-tac blanco- dije dando vergüenza. Luciana me da el vacío que me había ganado y ambas se fueron.

La anécdota no es más que ésa. Detrás de los tic-tac de naranja estaba el amor que tuvo que ser y no fue. Este texto es un intento para dejar de lamentar no haber elegido las putas pastillas naranjas. No hubo vuelta atrás. Leslie había tomado la mala decisión de dejarme elegir o, mejor dicho, tomó la mala decisión de librarlo al azar.

sábado, 25 de abril de 2015

El amor no se dice




El que lo dice, miente
Por favor escuchá lo que te tengo que decir. Todo el día te estuve llamando, Emilia, y no te pude ubicar en ningún lado. Lo del otro día fue una equivocación. No tuvo que haber pasado pero se dió. Así nomás, se dió. Desde el principio las cosas fueron normales y nadie buscó nada, los dos hablábamos de vos, Emilia, porque te queremos mucho. Nos llevábamos bien, vos nunca me dijiste que ella era tan simpática. Nunca me dijiste nada, Emilia, ¿viste que vos también te equivocás? Siempre es difícil reconocer los errores de uno, ¿no? Igual no es éso lo que te quiero decir, nos llevábamos bien porque los dos trabajamos bien, y lo que pasó después, bueno, para qué decirte, también se dió así. Ella siempre te tuvo envidia, de chiquita lo sabés, y el fallecimiento de tu mamá no mejoró las cosas. Pero te quiere mucho, por eso es tan así, tan chiquilina. Los dos te queremos mucho. Pero yo te amo, Emilia. Lo del juicio fue idea del amigo, tomalo con calma eso, yo le dije que no lo haga pero no me quiso escuchar. Se le metió en la cabeza que quiere la plata de mamá, que de otra forma no se la ibas a dar. Es chiquilina, Emilia. Y para colmo vos no tenías las cosas muy en regla ¿viste que también hiciste todo mal? Igual no es eso, ahora te estoy pidiendo disculpas por todo, te estoy pidiendo perdón y que tengas en cuenta esta actitud por favor. En cuanto a lo otro sabés que pase lo que pase yo te voy bancar, lo sabés. Justo anoche tu hermana me invitó a tomar algo en el bar de enfrente, estuvimos hablando un rato largo, viste como es ella, cuando se pone a tomar no para de hablar. Me hacía reír mucho. Pero bueno, cuestión que me contó muchas cosas, ¿sabés Emilia?, varias cosas de vos y el negocio de tu mamá. Detalles, cómo lo manejabas y cómo arreglabas todo con la inspección. No para de hablar la nena, la conocés mejor que yo. Ahora sé algunas cosas y en tu situación no te conviene, ¿viste Emilia? Esta noche te venís a casa, a comer, todo va a ser como antes ¿Me vas a perdonar, no? Bueno, solamente te quería decir que tengas en cuenta eso. Y que te amo mucho.

El que lo siente, lo afirma
Las cosas más hermosas se sienten nada más y cualquier intento de decirlas o escribirlas de nada vale. Una vez me dijiste que no es necesario hablar todo el tiempo y tenés razón. Tampoco es necesario decirlo todo. Por eso quisiera no escribir esto.Bueno, no escribo nada. Pero me sale en forma de una sonrisa sin querer. Me sale en forma de pensamientos que no quieren dormir solos en mi cabeza y te sueñan en silencio. No sé qué me pasa. Me pierdo. Escribo palabras sin sentido. Ya no soy solamente yo. Soy yo y un pensamiento. Soy yo y una mirada cercana. La más linda. Y es por eso es que te odio. Como un paisaje del norte que de tan hermoso te hace pensar que no querés dejarlo nunca, que no querés volver la vista hacia otro lugar y caés en la cuenta de que hubiera sido mejor no haberlo encontrado nunca. 
En este momento, como casi siempre, estás en mi cabeza. Ahora estás ahí adentro leyendo esto, y me gustaría que no sea así. Que en la realidad no lo leas nunca, porque estas palabras en verdad no te van a decir nada. Son un triste engaño. 
Sí, una excusa para decirte nada más que eso. 
Nada más. 
Que pienso en vos.

lunes, 13 de abril de 2015

El dragón de Nantong



Al otro lado del mundo, en el imperio más poderoso de la tierra, se conserva la costumbre de relatar la historia del dragón de Nantong y Mei Ling. Es la más preciada de todas las tradiciones literarias y todos la imaginan tan lejana en el tiempo como el origen del mundo. La comienzan en cualquiera de sus episodios, omitiendo los más inoportunos y simplificando los hechos. Como es de esperar, las versiones más mentirosas son las más populares. Sin embargo, la historia nunca tiene un final, ni real ni ficticio ya que todos acatan la única regla: la desaparición y el paradero del dragón de Nantong no puede ser referida por decreto. La tortura con fuego y escamas será el fin de quien se aventure a violar la ley imperial.

miércoles, 1 de abril de 2015

Paul Groussac, matrero


La luz disminuía veloz en el monte entrerriano. La cuadrilla lo perseguía encarnizada pese al calor y el cansancio. “¡Rendite ño Calandria, te tenemo’ a tiro de bola ya!” gritó estentóreo el sargento José María y sus palabras llegaron secas, como oídas en un sueño, a los oídos del bandido. Montado en aquel mancarrón que le había robado al negro Gómez se disponía a hacerles frente. “¡Calandria no se rinde ni teme a nadie!” escucharon los soldados antes de que un certero tiro de bolas parta de la cuadrilla echando a tierra al caballo y su fugitivo.

Lo tienen atado de manos a él, el más hábil bandido del litoral. Su cuello desnudo enfrenta ahora el filo amenazante de un facón. Con mirada obsesiva se detiene en el mango labrado de alpaca. Está tranquilo, sabe que no pueden matarlo todavía porque en su bolsillo conserva el amuleto curado de gualichos que su abuela le dio en el Uruguay. 

La presión del facón en las venas de su cuello se vuelve intolerable. Van a liquidarlo. Calandria no lo puede creer, la muerte debería estar lejos mientras el talismán esté en su bolsillo. Pero, ¿lo tiene realmente? Piensa que pudo haberlo perdido en la fuga y el miedo lo domina como una noche sin luna. Quiere tantear su chaqueta pero la cuerda oprime sus muñecas. Gotas de sangre brotan de su garganta.   

Se despierta jadeando y con la cara transpirada. Extiende sus brazos y los siente liberados. La almohada húmeda pero relajada y la cama de siempre, en Buenos Aires. Por suerte es Paul Groussac, intelectual de la élite porteña y afortunado ajeno a los entreveros soñados. Aunque todavía dude, confundido. 

Siente miedo en la oscuridad del cuarto, necesita con urgencia meter la mano en el bolsillo y ver lo que hay dentro de él.

domingo, 29 de marzo de 2015

Historias nunca escritas



A sus quince años Luciano lleva leídos tres libros. Del primero entendió que el amor es peligroso, del segundo extrajo que el verdadero engaño procede de los seres más queridos, y del tercero dedujo que todos los héroes son de mentira. Lucho no leyó más libros en su vida. No obstante, creció amando aquellas historias de amor efímero y sincero, de héroes muertos por la injusticia y de los que encontraron su fin siendo honestos. Esas historias nunca fueron escritas en ningún lado y presentirlas, escucharlas o vivirlas constituía para él algo mucho mejor que leer cualquier libro de papel. 

Los priámidas



Tras la destrucción de Troya, la fuga indocumentada de dos hijos de Príamo da lugar al siguiente diálogo:
-Tu rostro se encuentra polvoriento, Telestas.
-Tanto como mi entendimiento Filemón.
-Fundaremos un nuevo mundo, en esto no guardes duda. Un mundo lejos del pensamiento griego, y un pueblo sin héroes, como ha sido el de Troya.
-Costará más penas, pero de esa forma lo haremos.
-¿Notaste la gallardía que les acometió luego de asesinado Héctor? Él no era el más fuerte de nosotros, ni siquiera el más valeroso, pese a que destacaba en porte.
-Necesitan señales, Filemón.
-Todos los hermanos de Príamo somos igual de hábiles en la guerra, nos derrotaron por número, eso sí, pero jamás toleraron nuestra superioridad. Somos el uno igual al otro. En la paridad nadie destaca y mayor es nuestra justicia. Pero ellos necesitan diferenciados y sin duda falsearán así la historia, poblándola de personalidades vacías.
-A su manera lo simplifican. Interminables serían, de otra forma, las historias aguerridas de todos nosotros, los hijos de Príamo.   

sábado, 24 de enero de 2015

La mancha imprevisible



Camila propuso la mancha congelada. “¡No! Mejor la mancha puente” opinó Esteban, que le encantaba pasar entre las piernas de sus compañeritas. “No, mejor que sea la mancha lapicera“, dijo pícara Agustina, “el que la queda se moja el dedo con saliva y si toca alguien con la baba ese la queda” explicó como si fuera un clásico. Así cada quien comenzó a inventar una mancha con el primer objeto que se le venía a la mente, "mancha pared" "mancha rama" etcétera, con la seguridad de que si alguien les preguntaba de qué trataba, algo se les habría de ocurrir. 

“¡Qué aburrido! Juguemos a la mancha imprevisible”, dijo finalmente Gerardito, que como nunca hablaba, cuando lo hacía todos callaban para escucharlo. El adjetivo los dejó pensando. “¿Y cómo se juega?” preguntaron. “Al que tocan tiene que hacer algo imprevisible” explicó sencillamente. Todos aceptaron. La quedó Seba, su mejor amigo, no dio tres pasos que la maestra Sandra le gritó que se sacara el chupetín de la boca. Seba se lo guardó en el bolsillo. Ahora sí, Gerardito sabía que lo iba a correr a él. Encima con las manos pegoteadas. Lo encerró en el largo pasillo del patio: lo iba a tocar. 

Seba se sacó la zapatilla y lo tocó con la suela, ensuciándole el delantal. Fue un buen intento. Para muchos fue inesperado, Gerardito, sin sorprenderse para nada, pensó en la consigna de la mancha que él mismo había propuesto. Ahora la quedaba él. Debía demostrar que la mancha imprevisible era perfectamente jugable. Pero se encontró con un dilema. 

Si pensaba lo que iba a hacer necesariamente no cumpliría con la consigna, dado que al menos él sabría lo que haría. En pocos segundos repasó todas las opciones que tenía a disposición, incluyendo bajarse los pantalones, ponerse a llorar o simplemente no hacer nada. Pero no. Gerardito entendió tenía que apagar su cabeza, dejar correr su subconsciente y hacer algo imprevisible incluso para él. Pero no podía. Lo no previsto era entonces imposible. 

Pensó, o mejor intuyó dado que se había propuesto no pensar, que lo prohibido era quizás lo más cercano a lo imposible en términos conceptuales. Sus compañeritos estaban mirándolo expectantes cuando un espíritu irreverente e indómito lo arremetió desde la panza, las estructuras mentales lo abandonaron, la vida como una energía incomprensible en su pequeño cuerpo brotó con todo su deslumbrante misterio y se dirigió decidido a la señorita Sandra y concretó aquel amor escondido encajándole de sorpresa un beso en esos labios carnosos pintados de rouge. 

Gerardito nunca supo que ganó el juego, lo imprevisible se abrió camino entre tanto escepticismo, se hizo carne en cada rostro boquiabierto, en los gritos de exclamación y las manos llevadas a la cabeza. A Gerardito le importó un corno el juego porque el amor prohibido brilló efímero como una luciérnaga en una noche de verano que destella una fracción de segundo para convertirse en el recuerdo más luminoso de aquella infancia, arruinado, claro, por la memoria, la sanción y el cambio de turno. 

viernes, 23 de enero de 2015

La muerte


Que no sea de viejo ni de enfermo. Que sea al aire libre porque miraría al cielo. Imagino un anteúltimo soplo lanzado al viento. El esfuerzo por no desesperar traería recuerdos tranquilos: algún paisaje, quizás una lectura o un diálogo agradable. Seguramente recordaré un buen tema de guitarra. Sería obligación pensar un poco en la gente, en las vidas que siguen y que son queridas. Tal vez más en mis amigos que en mis hermanos. Sin embargo, se destacará por sobre todas las cosas la sonrisa de mi vieja. No se me ocurrirá mejor metáfora de la vida que se va yendo. ¡Sería hermosa la calma de estar consciente!

Pero temo que la realidad sea muy diferente a esto. Temo desilusionarme, como siempre que tengo que afrontar un desafío imprevisto. La realidad nunca es tan bella. Así, es más probable que se parezca más a un examen mal dado, o a un tropezón de esos que te hacen doler, o a una despedida de esas que se olvidan. Sería muy lógico pensar que solamente la oscuridad y el dolor dominen el momento o, lo que no es menos probable, alguna abstracción. Si esto último sucediera, la vida vista de lejos sería como un cuadro abstracto de colores ocres: algunos puntos moviéndose en colores lisos, líneas retorcidas, miles de significados en un espacio reducido. Como cuando se mezclan todos los colores del arcoíris obteniéndose un decepcionante pero tranquilizador marrón caca. Sólo eso y ya está. La vida en una imagen que parece no decir nada aunque puede verse linda.  

No quiero la oscuridad dolorosa ni la abstracción. Es por eso que cuando me acuesto muy cansado me concentro, lanzo un soplo a la oscuridad,  como si fuera un mosquito molestando, y la voy practicando.  

domingo, 18 de enero de 2015

Tres horas de sol y tres de luna


("El sueño" mural en mi cuarto, 2008)

Mi vida anterior al sueño se confunde con lo soñado. No obstante, puedo recordar algo de las horas previas. Era de noche, yo era joven y ella me había sido recomendada por sus artes de curación. Hay veces en que creo entrever la fachada de su casa entre las que pueblan el conurbano bonaerense, pero luego me desengaño, por más que lo intente, no puedo recordar aquel lugar. 

Sé que acudía a ella por un problema persistente, quizás un hecho o una persona. Buscaba la solución. 

La curandera me dijo que el tratamiento consistía en una sesión de sueño, pasada la cual la sanación estaría asegurada. Me previno que dormiría durante tres horas de sol y tres horas de luna para el mundo, pero que ese tiempo sería de setenta veranos y setenta inviernos para mi mente. Pese a ello no vacilé, la intervención debía ser urgente. El problema asfixiaba mi existencia de tal forma, de tal manera, que llegué a rebajarme al trabajo de la superstición. De la solución de aquello pendía mi vida. 

Hoy desperté en una casa que supongo mía y el problema ya no existe. No puedo decir cuánto dormí, el sueño fue tan intenso que olvidé los motivos que me llevaron a él. Con algo de esfuerzo recuerdo mi nombre. Con paciencia recupero algunas palabras: las que designan este país, su idioma, las cosas del cuarto y las partes de mi cuerpo. Estoy tranquilo, pero hay algo que me incomoda. Siento vacío. Es profundo, negro, vasto. Está a mi alrededor, limitándome. 

Con terror ciego descubro que no hay nada antes de aquella tarde, la casa oscura de la curandera, mi consulta y el sueño. No hay nada que pueda conocer de mi vida. De lo que soy o de lo que fui. Con tristeza entiendo que aquel conflicto justificaba mi ser en el mundo. Aquella dificultad era mi vida. No hubiera imaginado nunca que la solución era desaparecer mi memoria y mi existencia previa. Angustiado, busco en vano aquella razón, me esfuerzo por encontrar algún episodio o alguna persona entre los papeles de mi cuarto, entre las fotos del placard. No hay más que oscuridad en mi pasado. No hay nada. Desesperado, corro en busca de alguien que me auxilie. Alguien que me dé la vida con la memoria o con un nuevo problema. 

sábado, 10 de enero de 2015

Prever lo inesperado




Gerardo siempre fue tema de conversación en las reuniones de escuela. Nació con el raro don de pronosticar lo inesperado o, lo que es igual, de ver el futuro.

-¿Y qué será de su vida?- preguntó Sol esa noche.
-Yo lo veo por el barrio, ahora anda en la carnicería, trabaja con el tío.
-Ah, mirá. Todavía me acuerdo cuando canchereaba con los diez que se sacaba. 
-¡¿Cómo no se iba a sacar dieces si sabía lo que le iban a tomar?!- comento yo, que era su ocasional compañero de banco.
-¿Y porqué no le dijiste que venga hoy?
- ¿Ahora resulta que lo  tengo que invitar yo? 

Era cierto que Gerardo resultaba un poco pesado para casi todos. Siempre se jactaba de su preciada habilidad, la cual, por lo que él afirmaba en arranques impuestos de humildad, no podía extenderse mucho más allá de lo inmediato. Me acuerdo que le decíamos que si no le salía era porque le daba paja y le insitíamos para que haga un esfuerzo para que nos diga si ganaba River o Boca el domingo, otra vuelta hasta le ofrecíamos plata si nos decía el año en cada uno de nosotros iba a morir. 

Por un instante nos quedamos callados pensando en él.

-Me acuerdo de una vez- empecé yo que era el único que lo quería un poco- que estábamos en la plaza. "Vos también podés ver el futuro" me dijo "Escribí en una hoja cómo creés que será el casamiento de tu hermana el próximo sábado. Lo leés al día siguiente y acertás en casi todo. Yo hago algo parecido, no funciona en lugares y con personas que no me son familiares. Por ejemplo, conozco ese árbol que ves ahí tanto como los pájaros que viven arriba porque vine a esta plaza mil veces. Ahora está el hijo del almacenero sentado en ese banco de ahí, ¿lo ves?, bueno, ¡cómo no voy a saber que en unos momentos uno de los pájaros lo va a cagar si es tan obvio para mí como debe ser para vos pensar quiénes van a ir al casamiento de tu hermana!". Yo le decía que tan obvio no era. "Es simple suposición", me decía. Yo, claro, giré un poco para confirmar sin sorpresa cómo el pibe puteaba el pájaro que lo había cagado. Suposición no podía ser porque le pegaba siempre. "Bueno, suposición y algo de suerte también" admitía.

-¿Y seguirá adivinando el futuro, che?- preguntó Gustavo con la boca llena de palitos salados
- No creo- adelanta Esteban. -Si no ya lo hubieran llamado de la NASA- se ríe. 
-Creo que perdió el poder un fin de semana que salimos de joda. Con él nos cagábamos de risa aunque al final se ponía denso. En el grupo estaba Ayelén. Un día me dijo que en una noche puntual le corrió la mirada porque previó que se iba a enamorar de ella. Seguro estaba un poco en pedo igual. Desde ahí que se alejó del grupo. Después lo fui a visitar en su casa un par de veces, me aseguró que desde aquella noche que no pudo hacerlo más.
-O no quiso.
-Bueno, capaz que está menos canchero- tiró Carla que un poco gustaba de él.