sábado, 25 de abril de 2015

El amor no se dice




El que lo dice, miente
Por favor escuchá lo que te tengo que decir. Todo el día te estuve llamando, Emilia, y no te pude ubicar en ningún lado. Lo del otro día fue una equivocación. No tuvo que haber pasado pero se dió. Así nomás, se dió. Desde el principio las cosas fueron normales y nadie buscó nada, los dos hablábamos de vos, Emilia, porque te queremos mucho. Nos llevábamos bien, vos nunca me dijiste que ella era tan simpática. Nunca me dijiste nada, Emilia, ¿viste que vos también te equivocás? Siempre es difícil reconocer los errores de uno, ¿no? Igual no es éso lo que te quiero decir, nos llevábamos bien porque los dos trabajamos bien, y lo que pasó después, bueno, para qué decirte, también se dió así. Ella siempre te tuvo envidia, de chiquita lo sabés, y el fallecimiento de tu mamá no mejoró las cosas. Pero te quiere mucho, por eso es tan así, tan chiquilina. Los dos te queremos mucho. Pero yo te amo, Emilia. Lo del juicio fue idea del amigo, tomalo con calma eso, yo le dije que no lo haga pero no me quiso escuchar. Se le metió en la cabeza que quiere la plata de mamá, que de otra forma no se la ibas a dar. Es chiquilina, Emilia. Y para colmo vos no tenías las cosas muy en regla ¿viste que también hiciste todo mal? Igual no es eso, ahora te estoy pidiendo disculpas por todo, te estoy pidiendo perdón y que tengas en cuenta esta actitud por favor. En cuanto a lo otro sabés que pase lo que pase yo te voy bancar, lo sabés. Justo anoche tu hermana me invitó a tomar algo en el bar de enfrente, estuvimos hablando un rato largo, viste como es ella, cuando se pone a tomar no para de hablar. Me hacía reír mucho. Pero bueno, cuestión que me contó muchas cosas, ¿sabés Emilia?, varias cosas de vos y el negocio de tu mamá. Detalles, cómo lo manejabas y cómo arreglabas todo con la inspección. No para de hablar la nena, la conocés mejor que yo. Ahora sé algunas cosas y en tu situación no te conviene, ¿viste Emilia? Esta noche te venís a casa, a comer, todo va a ser como antes ¿Me vas a perdonar, no? Bueno, solamente te quería decir que tengas en cuenta eso. Y que te amo mucho.

El que lo siente, lo afirma
Las cosas más hermosas se sienten nada más y cualquier intento de decirlas o escribirlas de nada vale. Una vez me dijiste que no es necesario hablar todo el tiempo y tenés razón. Tampoco es necesario decirlo todo. Por eso quisiera no escribir esto.Bueno, no escribo nada. Pero me sale en forma de una sonrisa sin querer. Me sale en forma de pensamientos que no quieren dormir solos en mi cabeza y te sueñan en silencio. No sé qué me pasa. Me pierdo. Escribo palabras sin sentido. Ya no soy solamente yo. Soy yo y un pensamiento. Soy yo y una mirada cercana. La más linda. Y es por eso es que te odio. Como un paisaje del norte que de tan hermoso te hace pensar que no querés dejarlo nunca, que no querés volver la vista hacia otro lugar y caés en la cuenta de que hubiera sido mejor no haberlo encontrado nunca. 
En este momento, como casi siempre, estás en mi cabeza. Ahora estás ahí adentro leyendo esto, y me gustaría que no sea así. Que en la realidad no lo leas nunca, porque estas palabras en verdad no te van a decir nada. Son un triste engaño. 
Sí, una excusa para decirte nada más que eso. 
Nada más. 
Que pienso en vos.

lunes, 13 de abril de 2015

El dragón de Nantong



Al otro lado del mundo, en el imperio más poderoso de la tierra, se conserva la costumbre de relatar la historia del dragón de Nantong y Mei Ling. Es la más preciada de todas las tradiciones literarias y todos la imaginan tan lejana en el tiempo como el origen del mundo. La comienzan en cualquiera de sus episodios, omitiendo los más inoportunos y simplificando los hechos. Como es de esperar, las versiones más mentirosas son las más populares. Sin embargo, la historia nunca tiene un final, ni real ni ficticio ya que todos acatan la única regla: la desaparición y el paradero del dragón de Nantong no puede ser referida por decreto. La tortura con fuego y escamas será el fin de quien se aventure a violar la ley imperial.

miércoles, 1 de abril de 2015

Paul Groussac, matrero


La luz disminuía veloz en el monte entrerriano. La cuadrilla lo perseguía encarnizada pese al calor y el cansancio. “¡Rendite ño Calandria, te tenemo’ a tiro de bola ya!” gritó estentóreo el sargento José María y sus palabras llegaron secas, como oídas en un sueño, a los oídos del bandido. Montado en aquel mancarrón que le había robado al negro Gómez se disponía a hacerles frente. “¡Calandria no se rinde ni teme a nadie!” escucharon los soldados antes de que un certero tiro de bolas parta de la cuadrilla echando a tierra al caballo y su fugitivo.

Lo tienen atado de manos a él, el más hábil bandido del litoral. Su cuello desnudo enfrenta ahora el filo amenazante de un facón. Con mirada obsesiva se detiene en el mango labrado de alpaca. Está tranquilo, sabe que no pueden matarlo todavía porque en su bolsillo conserva el amuleto curado de gualichos que su abuela le dio en el Uruguay. 

La presión del facón en las venas de su cuello se vuelve intolerable. Van a liquidarlo. Calandria no lo puede creer, la muerte debería estar lejos mientras el talismán esté en su bolsillo. Pero, ¿lo tiene realmente? Piensa que pudo haberlo perdido en la fuga y el miedo lo domina como una noche sin luna. Quiere tantear su chaqueta pero la cuerda oprime sus muñecas. Gotas de sangre brotan de su garganta.   

Se despierta jadeando y con la cara transpirada. Extiende sus brazos y los siente liberados. La almohada húmeda pero relajada y la cama de siempre, en Buenos Aires. Por suerte es Paul Groussac, intelectual de la élite porteña y afortunado ajeno a los entreveros soñados. Aunque todavía dude, confundido. 

Siente miedo en la oscuridad del cuarto, necesita con urgencia meter la mano en el bolsillo y ver lo que hay dentro de él.