martes, 13 de octubre de 2015

Lucía y la mosca



Siempre que podía, Lucía atrapaba una mosca en un vaso y se quedaba mirándola. Ella sabía que la mosca no la pasaba del todo bien dentro de su celda de vidrio, pero no podía abandonar la diversión de quedarse estática viendo el movimiento enérgico de aquel par de alitas invisibles. Por otra parte, si la soltara ¿quién sabe la cantidad de peligros que acecharían su vida allá afuera? Por estas razones, Lucía amaba tener moscas en su vaso de vidrio. Cuando la mosca se moría por inanición o cansancio, salía al patio a escondidas de su tía a tomar una nueva. Lucía vivía en una casa con un jardín muy verde y unas paredes muy grises, porque a su tía Esther los colores le hacían doler los ojos. Esther, como Lucía con la mosca, no dejaba salir a su sobrina de la casa. Con el pretexto de cuidar de su integridad la sometía a un control asfixiante, haciéndole creer a Lucía que toda su severidad era por su bien. Durante el verano de aquel año, tía Esther aumentó notoriamente de peso haciendo que su humor empeorara y volviéndose más desagradable en su trato con Lucía. Lucía, por su parte, nunca le dirigía la palabra limitándose a asentir con la cabeza. No obstante, había días en que tía Esther miraba a Lucía con algo de no sé qué de amor en los ojos.
Dentro de la casa, la mosca era lo único que hacía olvidar el encierro a Lucía, de la misma forma en que ella era lo único que distraía a su tía de la cercanía de la muerte.
Aquel verano, la mosca pasó a ser más que una simple diversión para Lucía. A la noche, cuando el silencio era más profundo, pasaba horas enteras con la oreja pegada en la fría base de vidrio del vaso para poder escuchar las mínimas vibraciones producidas por el insecto. Tenía la ilusión de poder entenderla, de descubrir el lenguaje secreto de las moscas. Su obsesión era cruel y lo sabía. Eso la fascinaba más pero también le pesaba, le hacía mal saber que su placer y diversión dependía de la vida de un ser. Como Lucía nunca pudo, ni podrá, hacerse cargo de sus debilidades, y dado que jamás había podido liberar una mosca del vaso si no era ya muerta, pensó que su tía podría hacerlo. Aquello fue sencillo, una mañana antes de salir al colegio dejó el vaso  arriba de la mesa de la cocina y, una vez que su tía lo encontró, la liberó no sin antes preguntar a los gritos qué significaba ese vaso dado vuelta y con un bicho adentro. Por primera vez, Esther hizo algo bueno por Lucía aunque jamás lo supo y, por primera vez, Lucía quiso darle las gracias con algo de cariño aunque nunca se atrevió a hacerlo.