lunes, 20 de junio de 2016

Crónicas de un verano bizarro. Episodio III



Una rata, un entrepiso y una hamaca paraguaya

“No, boluda, me jodés que eso eso está ahí. Es un conejo eso. Me jodés que hoy dormí acá con eso al lado.  Dale, no puede ser...” Estuve así quince minutos mientras Ludmila se cagaba de risa de mi espanto. 

Esa rata realmente parecía un conejo. La encontramos a metros de donde había dormido la noche anterior. Era el segundo día en lo que era el bar Chamacos, ese lugar que fue, durante dos meses, como  una gran habitación para nosotros.

A Lumi la conocí hace cuatro años en la costa porque la madre, Alicia, trabajaba en la feria de la costanera y alquilaba con nosotros. Un día, me dijo que ella es gris y que en su vida siempre tendió a ser como un día nostálgico y nublado. Creo que un poco se quiso hacer la poeta, pero doy fe que hay algo de verdad en esas palabras. Por mi parte puedo decir que tiene una excelente virtud: trata a los demás como le gustaría que la traten a ella, por eso, no molesta para nada. A mí me hace acordar un poco a un primo mío: saben portar impertérritos una concentrada, bellísima y trabajada cara de orto. Sus miradas parecen como las de un prócer en un billete. Si les decís algo te observan siempre desde arriba, con soberbia élfica. 

Ese día, Lumi se sumaba a la proeza de subsistir sin agua caliente, gas ni electricidad casi todo el verano. Y claro, ese día tocaba limpiar. El piso tenía medio centímetro de una amalgama de arena y excremento de rata. El bar tenía dos entrepisos de madera, uno en el que decidí dormir yo y otro que sería la habitación de Ludmila, ambos repletos de polvo, tablas pesadas que imagino conformaban la barra y decenas de cables enmarañados. Subíamos con una escalera precaria que tuvimos que atar con cables a una de las columnas de madera que dividía un entrepiso de otro. Dejar todo medianamente habitable nos llevó el día entero.

- Che, mirá si todo este trabajo es al pedo

-¿Te imaginás? Y podría ser, porque esto es bastante turbio. El tipo del pool de enfrente no parece confiable y para mí nos raja cuando quiere.

-Ese gordo alta pinta de merquero tiene.

-Che, ¿y qué hacemos con la rata? Yo no la toco ni por guita.

-Dejala ahí. Le quiero sacar unas fotos.

-Sos un asco.

-He visto cosas más asquerosas.

Seguimos charlando incoherencias hasta que se hicieron las seis de la tarde y ella se fue a la feria  mientras yo recordé que tenía que comenzar a buscar trabajo.

Pero ese día no tenía ganas. En verdad no tenía ganas de nada. Todavía estaba sumido en un cansancio general. Me puse a colgar la hamaca paraguaya que había llevado y que entraba justa debajo del entrepiso donde me tocaba dormir.

Una hamaca paraguaya debajo de un entrepiso en un bar abandonado del centro de Santa Teresita, sin luz ni gas y entre toda la mercadería de los artesanos que guardaban sus cosas ahí. El cuadro era pintoresco.

Me tiré un rato en la hamaca y me dispuse a realizar lo mejor que sé hacer: sumergirme en la mera contemplación de las paredes. 

Se hizo de noche y me dieron ganas de pasar un rato por la feria. Estaba tranquilo, ya teníamos un lugar techado para dormir exageradamente barato. Ya está, pensé. Creí que lo peor de estas vacaciones había pasado: había llegado en bici a la costa y había conseguido un lugar para dormir. Qué equivocado estaba. 

viernes, 3 de junio de 2016

Sin embargo



No te pienso ni un instante lejos de mí.
Sin embargo, estoy solo. 

¿Se puede pensar a alguien de otra manera? ¿Se puede pensar a alguien por fuera de uno?

A nadie puedo pensar lejos de mí.
Sin embargo, estoy solo. 

Hay besos que lo olvidan. También sonrisas. También saludos de camaradería. También miradas imperceptibles. También hay sexo. También lo olvidan.

No puedo quererte por un momento fuera de mi corazón.
Sin embargo, no es amor.

¿Se puede amar a alguien de otra manera? ¿Se puede amar a alguien por fuera de uno?

A nadie puedo amar lejos de mí.
Sin embargo, no es amor. 

No hay lejanía que sobreviva. Si el amor vale sólo cuando estás, no vale. Me olvidé si el amor lo sentí un día o lo construí en la sucesión de tardes imperecederas. Pero ¿es que hay diferencia? Y sí, debiera haberla. Pero ¿y si no? El caso es que me olvidé qué es el amor. Y me desespera. Porque el amor es la mayor excusa para olvidar nuestra soledad eterna. Eso lo vuelve tan hermoso, tan tentador, tan para siempre. Y tan fatídicamente engañoso. Porque devela tan fácilmente su faz de mentira: probá con darle a tu amor algo de lejanía.  

Pero el amor está. Siempre está. Tan hermoso, tan tentador, tan para siempre. 

Sin embargo.    

Hoy no me sale evadirme.

La puta madre.

Estoy solo. 

Creeme. 

Ni en el orgasmo de mis ojos en tus ojos puedo dejar de pensarlo.