Bienvenido al infierno
Perdido por desconocer
el rumbo de su querida Ítaca, Ulises acata el consejo de Circe y en el canto
once de la Odisea desciende al inframundo para consultar a Tiresias sobre el
destino de su viaje. La pasó bastante mal, habló con la sombra de su vieja, con
un amigo que se había muerto hace unas semanas y con varios compañeros de la
guerra contra Troya, congregados desde la oscuridad.
Para mí, casi toda la
historia de Ulises nunca pasó, es pura frutada. Pero la frutada literaria
tiene la capacidad de explicar cosas de la vida que resulta imposible explicarlas
de otro modo sin que pierdan efectividad. Esta seguridad hace que mi lectura siga un método riguroso: primero busco la metáfora y luego
la moraleja. En primer lugar, intento descifrar aquello que se esconde detrás
de la idea del hades y la idea del viaje del héroe y luego cuál podría ser la enseñanza detrás de la historia. Esta lectura, claramente, resulta totalmente anacrónica y personal, pero me sirve para leer el bodriaso de los libros de Homero sin
sentir que pierdo tiempo de mi vida.
Las conclusiones
pueden resultar obvias: la metáfora del viaje de Ulises tiene como referente a
la vida misma, el hades es metáfora de los límites ansiados pero temidos que
creemos imposibles de superar. La moraleja: cuando estás perdido en el viaje de
la vida puede resultar útil pasarla mal un rato, ir dónde no te gustaría para
ver dónde estás parado y conocer el camino a seguir.
La literatura contiene
mensajes con ecos que pueden escucharse mucho después de ser leídos. Por eso,
no fue sino luego de varios meses de haber aprobado literatura griega que me
pintó una bicicleteada al inframundo de Santa Teresita en búsqueda de una
certeza en la vida. Sin ser consciente de ello, la moraleja del viaje de Ulises resonaba como un eco entre tantas dudas.
Crazy, mi Caronte
Vuelvo a mis crónicas.
Todavía estoy en la primera semana de enero y tengo que conseguir trabajo donde
sea si no quiero volverme a casa con las manos vacías. Por eso, reparto
currículums en donde me encantaría trabajar el primer día, donde safa el
segundo y el tercero en esos lugares que son un garrón pero bueno, ya no tengo
un peso. Heladerías, supermercados, churrerías, estaciones de servicio,
campings, hosterías, locales de ropa, ya todos tienen mi celular y mi nombre.
Pasaron cuatro días
recorriendo toda la costa sin conseguir nada. No se me había ocurrido, claro
está, preguntar si necesitaban empleo justo en frente de donde habíamos ido a
parar. Era un negocio de pizza y hamburguesas llamado “Crazy” en donde las
minicucarachas abundaban. Y sí, en ese local que podía ver desde el entrepiso donde dormía necesitaban ayudante de cocina. Al día siguiente, exactamente el 9 de enero comienzo con mi
nuevo empleo.
Entro a las diez de la
mañana, digo hola soy Leandro y delantal al toque, que Alfredito te va a
explicar a pelar papas. Muy bien, pensé, se trata de pelar papas, esto no puede
ser muy difícil. Alfredito me pareció un poco antipático al principio, pero
después me contó que había empezado trabajar ahí mismo el día anterior. Ah,
bueno, ¿y éste me va a enseñar? Pero la cosa era una boludez. Agarrás la papa
con esta mano, le pegás una enjuagada rápida debajo de la canilla, agarrás el
pelapapa y fra fra fra, la dejás así lo mejor posible. ¿Va? Claro, respondo,
mientras voy probando con todas las papas que había en la bacha y me sacaba
algunos pedacitos de uña sin querer. Así pasan una, dos, tres, diez, veinte,
cuarenta, sesenta papas, y yo fra fra fra con el pelapapas y cuando se
terminaban Alfredito venía con un nuevo bolsón lleno de tubérculos. Mis manos
parecían de cartón y tenía toda la espalda contracturada cuando me percaté que
había pelado tres de esos bolsones que me llegaban hasta la cintura.
El lugar no tenía
ventanas, y el aire del horno y de la freidora se concentraba circularmente
viciándose de aceite. Casi como un calabozo, las paredes me oprimían en su
monotonía calurosa. Además, no tenía idea de si se había escondido el sol o no,
sólo después supe que había estado nublado desde temprano. Imaginé que ese día
sólo iba a ser una prueba, onda a ver qué me parecía. Pensé que iba a estar un
rato y después me iban a dejar pensar si el trabajo me gustaba. Nada que ver. Me quería ir a la mierda. Al final, tan héroe no era. Para colmo no había llevado el celular y me daba vergüenza preguntar la hora.
El tiempo ya era
indivisible. Mi única forma de calcularlo hubiera sido contabilizar las papas
pero no podía, demasiado concentrado estaba en mover rápidamente la muñeca para
llegar a los continuos pedidos de la freidora. Pensé que iba a pasar el resto
de mi vida allí, imaginé el tamaño que tendría la papa si se sumaran todas las
papas que había pelado, imaginé una papa como una pelota de básquet, pensé una
papa tan gigante como Ginóbili, imaginé una papa del tamaño de una casa, donde
uno podría habitar, imaginé entrar a mi hogar papa y dormir en mi cama papa...
Muy bien, por hoy,
Leandro, buen laburo. Salís en diez, dejá la bacha y los azulejos limpios. Dejá
el delantal acá.
Pfff. Libertad.
O eso creí.
Mc Pancho, mi Cerbero
Me crucé en frente. Me
cambié toda la ropa, me pregunté cómo había llegado el olor a fritura hasta mis
calzoncillos y puse a llenar un balde de agua fría para bañarme. Usé un vaso
para tirarme el agua sin salpicar mucho para no apagar la vela que puse sobre
el inodoro.
Me sequé. Me tiré en
la cama paraguaya y cuando pensaba en lo lindo que iba a dormir por la noche, me
llega un mensaje de texto.
Hola Leandro, soy Lucas de Mc Pancho, peatonal y 33. Te
necesitaríamos hoy para cubrir un puesto de mesero, si te gusta podemos hablar
para que te quedes. ¿Podés venir hoy a las 20?
Cuatro días esperando
y en un día me llaman de dos trabajos. La concha de la gorra. Estaba demasiado
cansado, me dolían las piernas, los lentes de contacto ya me estaban molestando.
Pero… Mc Pancho implica propina, trato con la gente, aire libre, será una noche,
luego elegiría por el que más me guste. No podía negarme.
Genial, Lucas, nos vemos a las ocho.
A las ocho entro, digo
hola soy Leandro y andá a cambiarte al toque. Subo a un cuarto minúsculo,
kafkiano, lleno de mochilas y ropa por todos lados. Un pelado ya estaba
adentro. Soy nuevo le digo. No importa, mi nombre es Santiago, mucho gusto,
jefe de cocina. Mucho gusto, hoy sábado se va a laburar ¿no?, le digo por
cortesía. Jajaja, ¿nunca viniste a Mc Pancho? No, no conocía el lugar. Santiago
me mira fijo con ojos diabólicos:
Bienvenido al
infierno, entonces.
Me quedé mirándolo con
cara de bobo, sus palabras se hicieron chicle en mi cabeza. El resto de la
noche fue una gran confusión, como una gran bola de chicle de esas que hacías
cuando eras chico y te metías como treinta chicles en la boca para ser el más
piola. Cada nombre de cada pancho, cada precio, cada marca de gaseosa, cada
pedido era un chicle más agregado al gran chicle que era mi cerebro.
Una mc fritas doble a
la cinco con fanta, tres primaverales con salsa simple y un mixto con lluvia a
la ocho, ¿para tomar? Dos pepsi y dos seven up. Un mexicano pero sin salsa a la
dos, ¿porqué mierda no pide un especial que es igual al mexicano pero sin
salsa? No importa, lo anoto como un mexicano sin salsa. Una promo cinco para la
doce, con tres pepsis. La bebida primero. La comanda a la caja y después
papelito al panchero. Pero lo que sea papas, rabas y hamburguesas a la cocina,
no vayas a poner la comanda de las papas fritas con el pedido del primaveral
porque no va a salir nunca, entonces anotás los panchos arriba y lo de la
cocina abajo y después rompés el papelito a la mitad.
Dan la doce y en mi
cabeza el chicle ya no tiene sabor. Me dejan veinte pesos de propina por llevar
dos panchos, creo que ni les destapé la gaseosa. El trabajo en Mc Pancho definitivamente
me dejaría más plata, pero hay algo que no me gusta. Detesto la idea de ser
servicial de hacer algo que la gente no tiene ganas de hacer o que paga para
que otro lo haga como correr una silla o limpiar una mesa. Me parece re inútil y que está mal que haya gente que vive de eso. Por otra parte es un laburo
competitivo, si limpiás una mesa que no te corresponde te miran como si te
quisieras robar la propina, si llevás el menú a gente que está esperando pasa lo
mismo. Lucas, el encargado, me explicó que necesitaban un mesero para bancar
las noches a la salida de los boliches, trató de convencerme para que me
quedara, sabía que el laburo me convenía. Lo que no sabía era que yo no estaba
ahí por la plata, estaba ahí para escribir mi aventura.
Sale un doble chedar y
otro jamón y queso, ¿para tomar? Una birra, ¿cuáles tenés? Ni idea, pará que
pregunto. Si, tenemos stella de litro, sino quilmes y brahma en lata. Una stella. ¡Ah! unas papas fritas, por favor. Muy bien, ahí les traigo. No me
escribe la lapicera. Puta madre, ¿tenés una que te sobre? Dale, gracias. Sí,
cierran las mesas ocho y dos, Lucas. Ya les tomo el pedido, un segundo. Para la
dos una hamburguesa completa y un pancho simple con mayonesa con porción de
papas, para tomar dos latitas quilmes. Partí el papel mal, no se entiende nada.
Mejor lo anoto de nuevo, una hamburguesa completa y un pancho simple con
mayonesa con porción de papas, ahora sí, esto al panchero, esto a la cocina. Disculpame, la mesa ocho pide sal, ¿dónde hay? Gracias. Sí, señora, la porción de rabas está sesenta, pero sería aparte de la promoción cuatro que no viene con rabas. De litro quilmes no, tenemos solamente stella. Lucas, abre mesa uno con una promo cuatro más porción de rabas. Muy bien ¡Hola, buenas noches, les dejo el menú!...
He aquí mi tártaro.
Crazy, mi oscuro Caronte. Mc Pancho, una especie de guardián Cerbero que me
destroza de a mordidas. El pela papas mi aguda espada. Los clientes son sombras
de gente muerta.
Y yo acá, con una
gorra roja, la chomba de Mc pancho, pensado que no me puse antitranspirante y
que mis lentes de contacto me arden. Sólo espero que entre tantas sombras
aparezca Tiresias y como buen adivino sepa indicarme cuál es el futuro que concierne
a mi destino.