viernes, 12 de agosto de 2022

Ocaso


Una tarde me interpela. El sol ausente toma mi atención y la sujeta firme a sus certezas: todo se consume y el tiempo arde inasible. No había pasado antes. El ocaso de hoy me cuestiona y, sonriendo con su luz oblicua, me exige los permisos de mi rutina, de lo que construyo con o sin seguro. Todavía no lo creo.

Una compañía se extingue. Todavía escucho su presencia derramada en la arena, escurriéndose entre las piedras como granos de sombra. Es alguien que fue. Es alguien que soy. Es el instante entre el abrazo y el vacío, el momento inexistente del párpado a mitad de su recorrido. Todavía le hablo como antes, los ecos resuenan como ondas en el agua y no se detienen, mis palabras me calman. Las veo como veo la laguna, me reflejo en ellas, me entiendo.

Pero hoy el fuego de la noche me amenaza. Creí conocerlo, guardé la ilusión de cocinar mi cena sobre sus brasas. Viví engañado todo este tiempo. Entiendo que el universo confabula en mi contra y me descubro en falta, no puede ser cierto: soy el universo. Necesito del fuego en esta noche de invierno y hoy, después de todo lo compartido, su ausencia me retruca. Será su ardor quien intente alimentarse de mí esta noche. Ingenuo, creo tener el as, ¿acaso pueden quemarse los restos de un incendio, si el sol siempre cae por las tardes y mañana otras llamas indagarán mi alma?