domingo, 23 de julio de 2023

Imperecedero

Por @byguazon

Tuve el deja vu de un momento feliz que nunca viví. Eran esas dos personas ahí en la vereda siendo una, fundidos en un abrazo que fue mío en algún lugar, en algún tiempo. Sentí esa felicidad en la memoria como si la sintiera en el cuerpo, creí que podría ser el golpe en la cabeza el que habría desbloqueado ese instante como una centella que aparece donde quiere y desaparece cuando alguien logra verla. Pero no, era el exacto fotograma de algo entre el sueño y el recuerdo, esa línea que parece conectarnos con existencias que no nos pertenecen.

En el círculo de la vida la hoja cae, es tierra, es árbol y vuelve a crecer. Mientras, veo la lluvia correr por el vidrio de la ventanilla del colectivo, la lluvia nunca se retrasa. El agua que fue nube y antes mar, hoy me moja. La gota y yo coincidimos en el tiempo y el espacio cuando bajo del bondi y moja el celu que saco para ver la hora.

La naturaleza nunca es impuntual, pero yo si. Como si no perteneciera al mundo, nunca coincido con lo que me conviene, los astros no se me dan, las personas que quiero cruzarme nunca están. Estoy llegando tarde a la oficina, otra vez. Empiezo a correr como si controlara esa dimensión que se extiende de forma inversamente proporcional al apuro que uno tenga. Ojalá no me echen. Veo un perro sin correa corriendo como caballo desbocado por alguna vereda de la ciudad de Buenos Aires, veo una mujer despatarrada en el suelo, otra corriendo, una multitud que se abre paso, ese perro u otro que empezó a seguir a aquel primero se me cruza. Mis piernas no logran sortearlo y caigo al suelo. Es una milésima de segundo en el que yo y un perro coinciden, en que pienso en mi camisa blanca y el charco de agua al que se dirige indefectiblemente.

Caigo de la peor manera, mi cabeza rebota contra las baldosas de forma inexplicable. La escena se cierra con un telón de agua.

En el círculo de la tierra la hoja crece, come del sol, el animal come de ella, otros animales comen del animal. Todas las cosas son circulares, ningún objeto que nos rodea tiene aristas ni ángulos cerrados si los midiéramos en el tiempo en vez de medirlos en el espacio. Basta con observar a las piedras del río para llegar a esta simple conclusión. Todo es redondo, todo es un círculo si lo medimos en horas, días o años.

Ahí están ellos. Dos personas que se aman y se abrazan. Esto lo viví antes. No la caída, el ridículo o la lluvia, sino ese abrazo. Un círculo que se crea entre dos almas que coinciden. No entiendo la situación. Mi camisa sucia ya no me importa, la cabeza me duele y no puedo dejar de ver a esos desconocidos. Siempre me pregunté por qué el trabajo, el encierro de la oficina o la rutina, no sé en qué pienso cuando me levanto a la mañana y respiro consciente. No tengo razones y así y todo mi vida sigue una inercia porque la muerte la descarté en algún momento. Sigo pensando cuándo di ese abrazo. Porque el lugar no importa, sino el tiempo. En todo lugar sucede lo mismo si somos pacientes. Veo ese abrazo como quien descubre una centella, es el motivo que una vez tuve y que es imperecedero.