viernes, 16 de mayo de 2014

El Ser y la Luna



En un principio era la Satisfacción. Sus hijos, los antiguos dioses ociosos, se disputaron la paternidad de un nuevo Ser que, una vez crecido, los devoró a todos y creó al mundo. El Ser era único y pensante. Cuando él quiso creó la noche y la luz a su parecer y, una vez concluida su tarea, se sentó a reflexionar. La luna de su pensamiento se elevó en el cielo nocturno crecida de malezas y luz ciega; fría y distante aquella luna nueva empequeñeció aún más  la calidez de sus divinas pasiones. A medida que reflexionaba, el Ser develaba el universo y se descubría a sí mismo. El árbol que prosperaba en su corazón fue deshojándose por tanta lumbre seca de amor, llenándolo de hojarasca por dentro mientras el otoño (la estación más triste creada por el Tiempo) le enfriaba los pies. En la enormidad del universo no cabía otro escenario como aquel, tan absoluta era su pequeñez; y el adormecido ser primigenio que contemplaba la luna como quien se mira al espejo era consciente de ello e impertérrito entabló una lucha silenciosa contra el astro de plata que adorna la noche. Sus miradas atravesaban la profundidad del espacio. La Luna hija misma del único Ser desafiaba a su predecesor desde lo alto. 

La lucha silenciosa había comenzado para el que, sentado, la había incitado sin prever que conllevaría su propio fin. El primero que alcanzara la verdad triunfaría por sobre el otro. El Tiempo, viejo dios reducido a vestigios de períodos incalculables, no tenía injerencia en aquel combate astral y el duelo se extendió por dimensiones desconocidas. La luna regañó la imperfección de dos opuestos, la noche y la luz, que no podrán convivir en un mismo mundo a menos que ella los reconciliara.

El Ser único y pensativo, la corrigió:              
-Nada sabes de la noche y de la luz, ambas creaciones mías.
-Yo soy la luna de tu pensamiento, estoy dentro de ti  pero me encuentro fuera de tus creaciones imperfectas y divididas. Soy luz y noche en una, razón y pasión en una y de tus ideas soy luna.
-No puedes estar dentro de mí y a la vez tan lejos porque el Espacio es creación de viejos dioses y no puedes contravenirlo.
-Lo hecho ya no puede deshacerse, en ti me di yo y en mí se dará lo que no se ha dado por sí. En este momento el universo se escinde, ya no será el que conoces, hijo encorvado de la Satisfacción, sino que en este nuevo cosmos yo seré la ley y la reina.
-Si estás dentro mío te será imposible destruirme.
-Creceré dentro de ti y viviré al costado de tu consciencia, ya tu razón unívoca de nada servirá. No te destruiré como hiciste con tus padres a los que pudiste amar. Sino que te haré sangrar. Rojo sangre. Rojo vida. Una vez al mes dolerá tu sangre. En ella se integrarán los elementos, tierra fértil, agua bendita y fuego sagrado. 

Desolado, el Ser descubrió su falta y a la luz de la Pálida Luna vio la descomposición de aquellos viejos cuerpos en el suyo. Entendió que el mundo que había creado era impuro y que todo allí iba a ser consecuencia de unas mismas causas y esas causas impuras conllevarán en germen las mismas consecuencias, así hasta siempre.      

-En el nuevo mundo nadie podrá predecir lo que pasará, todo será imaginario y el impulso divino del amor y la pasión dará forma a todo y hará surgir cosas desconocidas, mientras el universo que habitas envejecerá hasta el infinito encerrado en su propio cascarón y en él nada nacerá, nada cambiará y todo será igual y así morirá.

El Ser dejó ir a la victoria y a la Luna con ella. Quedándose solo, miraba a su alrededor con profunda congoja y envidiando el destino del perpetuo prisionero que al menos tiene la fortuna de morir algún día.  De este modo, el árbol que prosperaba en su corazón acabó seco, llenándolo de leña por dentro mientras el invierno le enfriaba los pies.

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