
Antes que nada odio los acertijos. Odio los acertijos tanto como
esos textos herméticos que no sabés qué carajo quieren decir. Si cuento algún acertijo cada tanto o si escribo textos herméticos es por una sola razón:
porque hay veces que no me sale decir lo que siento y porque hay momentos donde
no sé qué inventar para que no se note que las circunstancias me superan.
Hecha la aclaración, acá les va un acertijo y un texto hermético
rejuntados en un cúmulo de palabras. El mismo está dirigido a una sola persona (aquella que me plantea el acertijo más difícil que he escuchado), el resto,
bien pueden abstenerse de continuar leyendo, por la simple razón de que no le
van a encontrar sentido alguno al texto y es posible que les parezca una mierda. La cosa dice así:
Durante aquel día, Tomás busca a una persona que no sea parte
de este mundo tan pero tan gris. No la encuentra. Pasadas las
ocho de la noche sale del trabajo y observa que el cielo está oscureciendo, no le da
mucha importancia. En la parada del bondi que lo deja en una casa que no es la
suya, mira el reloj. Dice 20:30. Después de dos horas de viaje, Tomás se arrepiente de un viaje tan oscuro, se pega media vuelta y se toma otro
bondi a Banfield. Cuando se sube una persona le dice "Relajá, de noche todo es más
divertido" y otra lo consuela diciéndole que peor es ser un pececito en el fondo
abismal del mar. Mira el reloj, son las 22:30. Él se relaja y comienza a disfrutar de tanta oscuridad.
¡Qué compañía tranquila y agradable! Así se hace la hora en que Tomás debe bajarse. Antes mira el
reloj, las once en punto. Cuando baja, mira el cielo, pero no ya con el
desinterés de antes. En las estrellas encuentra un poco de la luz que se había
ido con la tarde. Todo lo que tenía que hacer es mirar el cielo estrellado. Tomás y su
viaje y aquel día son insignificantes para las estrellas, y es probable que las
estrellas admiren la luz humana y piensen que ellas son insignificantes para
nosotros. Pensando en esto se da cuenta de que se bajó una parada antes. Tomás
está solo frente a una plaza y se va a sentar a un banco. Falta media hora para
que termine su día. Cuando ya perdió toda esperanza de cruzarse con aquella
persona que no sea parte de este mundo tan pero tan gris, ella aparece. Pero
algo resulta extraño, como salida de algún un huso horario lejano esta persona
vive todavía en las cuatro de la tarde. No sabe cómo decirle que él vio
al sol esconderse en el horizonte cuatro horas atrás. ¿Intentaron explicarle
alguna vez a alguien cómo se ve el atardecer? Es imposible, las palabras no
alcanzan, son insuficientes. Ya son precarias para comunicar cosas mucho más
sencillas y prácticas, ni se imaginan cuando intentan describir algo
relacionado con el mundo de las impresiones. Para Tomás el sol se escondió hace
rato y todavía su alma no encuentra el lugar ansiado.
Para mí es de noche pero para ella todavía es de día. Nada más raro. En realidad no es un banco en el que me siento sino un tronco. Claro,
como soy muy considerado preparo mate aunque para mi sea la hora de la cena. La
miro. ¡Es ella! La magia se le nota en los ojos. Con cada palabra lava de
inocencia mi sensación de culpa, como las gotas de lluvia que caen con fortuna en esas zapatillas llenas de mugre que uso cada tanto. Hablamos de cualquier cosa y ella sonríe de a ratos y yo miro al costado y no la escucho, porque nos miro de lejos pensando en todas las veces que imaginé la escena. En realidad, la escucho demasiado, porque
cada palabra suya va reconstruyendo en mi cabeza una imagen hace tiempo
desmoronada por el mundo, la rutina y la desilusión. Como si nada me dice la gente se olvida de mirar al cielo. Suspiro. Era
eso. La miro. La luna se inspira en su sonrisa. No
creo que sepa lo que pasa por mi cabeza aunque intuye que estoy pensando algo,
estoy por decirle "¿por qué no me lo dijiste antes?, ¿por qué no
apareciste antes?",
pero no le digo nada, en vez de eso miro a un costado y me río. Río porque sus
palabras me parecen hermosas. Un manantial escondido entre la sequedad
de la noche. No entiendo de dónde saliste, mi alma no ubica el lugar ansiado.
Pero ahora estás, acá. Y cuando termine mi día es probable que no, ¿quién sabe?
En cualquier momento la estrella que viste toda tu vida puede desaparecer, ¿quién sabe? Y la persona en que confiás, también puede desvanecerse tanto como
aparecer puede la que esperás, ¿quién sabe, mi alma no ubica el lugar ansiado?
Lo primero que te digo es: me
da vergüenza confesarte que para mí son las once y media de la noche.
Vos no le das importancia y te acomodás el pelo que te entra en la boca.
Después te digo: Tomá un
mandala. Pintalo por favor, y me sale tímido como un nene que no
dobla la rodilla para patear la pelota. Está
bien, pero te lo voy a dar cuando se me cante. No me molestes, me respondés
siendo una adolescente que masticando chicle y cruzándose de brazos.
En tercer lugar te pregunto: ¿sos
un sueño? Vos me respondés que sí y desaparecés.
En cuarto lugar te quiero decir algo lindo pero no se me ocurre
nada. Una noche de mosquitos me inspira: sos
mejor que el off, te escribo. Definitivamente no soy bueno para
galanterías. Pero a vos te debe resultar simpático porque me prometés lo menos valorable en términos materiales y, por tanto, lo más invaluable en términos de lo que más vale: una piedra.
Por último te digo: es ahora,
al fin de mi día, que te encuentro. Justo cuando menos te buscaba. Y es
lógico, no pudo haberse dado de otra manera, en todo hay un orden y una circularidad,
como en los mandalas, que me indican el orden silencioso que maneja nuestros
caminos. Entiendo tu distancia y tu silencio en este laberinto, no voy a
pedirte otra cosa. Entretanto agradezco que seas vos, saber que existís en algún lugar del universo y que justifiques el esfuerzo de este largo día. Sólo una cosa más: te adelanto que a las cuatro la luz de la tarde no imagina la oscuridad de las once, hay que esperar.
Vos no leés el mensaje. Para colmo nunca me diste la piedrita. Mi juego perverso es éste, un nuevo acertijo, aunque poco te preocupe resolverlo.