La historia contrafáctica está de moda. También
está de moda la existencia contrafáctica. La primera propone una reconstrucción
histórica a partir de imaginar qué hubiera pasado si tal hecho histórico
hubiera sucedido de otra manera. La segunda es un
desprendimiento informal de la filosofía, practicada por aquellas personas que
durante las horas de insomnio imaginan qué vida tendrían si algún episodio de
su existencia hubiera transcurrido de diferente manera. Los más obsesivos
llevan la existencia contrafáctica a extremos sorprendentes, imaginando qué hubiera pasado si
el día en que murió el abuelo hubieran decidido colocarse las medias rojas en
lugar de las azules. En general, esta disciplina se ejercita en
relación a hechos algo más relevantes y ante el inconformismo de un presente
poco prometedor. Si el que practica esta filosofía es desdichado, la misma puede
resultar un triste consuelo. Si aquella persona, por el contrario, es afortunada, tal ejercicio no tiene ningún sentido.
La historia contrafáctica, por su parte, jamás tiene sentido. Sólo cabe pensarse que el historiador que se propone componer algo tan ridículo, entendió que en realidad la historia no es más que un modo posterior e impreciso de la literatura, y como no quiere dejar de ser llamado historiador por miedo a perder el empaque de seriedad y cientificidad, incurre en esta tímida forma de dar vuelo a su imaginación. Encuentro en esta nueva corriente de hacer historia un tibio deseo de justificar o rechazar el curso efectivo de los acontecimientos. A partir de un supuesto método riguroso, el historiador arrepentido de su condición encubre la fantasía tendenciosa que entreteje. Fantasía que, a menos que se descubra como verdadera literatura, dificíl resulta encontrarle algún valor.
La historia contrafáctica, por su parte, jamás tiene sentido. Sólo cabe pensarse que el historiador que se propone componer algo tan ridículo, entendió que en realidad la historia no es más que un modo posterior e impreciso de la literatura, y como no quiere dejar de ser llamado historiador por miedo a perder el empaque de seriedad y cientificidad, incurre en esta tímida forma de dar vuelo a su imaginación. Encuentro en esta nueva corriente de hacer historia un tibio deseo de justificar o rechazar el curso efectivo de los acontecimientos. A partir de un supuesto método riguroso, el historiador arrepentido de su condición encubre la fantasía tendenciosa que entreteje. Fantasía que, a menos que se descubra como verdadera literatura, dificíl resulta encontrarle algún valor.
Ante todo, hay que entender que detrás de la historia contrafáctica y de la existencia contrafáctica hay un grado insano de frustración y, por sobre todo, de negatividad.
Como no quiero caer en el mal juego de criticar sin proponer, seré
propositivo con respecto a esto. Propongo que aquellos historiadores cansados
de la investigación y con ganas de imaginar otros mundos salgan de la ucronía y
piensen en la utopía. De esta manera, dejarán de preguntarse “¿qué hubiera
pasado si…?” y pasarán a cuestionarse “¿Qué pasará si hoy…?”. Este pequeño paso
significaría un cambio radical porque aquellos historiadores descubrirán el valor
del compromiso frente a la mera contemplación, pasarán de la negación a la propuesta
y del encubrimiento al descubrimiento.
Por otra parte, a quienes sean usuarios de la
existencia contrafáctica, puede resultarles un poco más positivo dedicar las
horas de insomnio no ya a imaginar cambios en el pasado sino a pensar en los cambios de mañana a partir de modificaciones en el presente. Este giro obliga a uno a revisar las
propias prácticas cotidianas de existencia y provoca un compromiso con el día a día. Si sos un desdichado, dejarás de
consolarte con imaginar una existencia pasada imposible y pasarás a reanimarte
pensando en una existencia futura menos imposible y más producible. Pueden probarlo, a mi me resultó.