lunes, 11 de abril de 2022

Antítesis

 


Me pareció raro encontrar ese libro en el desorden de la biblioteca de mi viejo, la tapa manejaba la estética de un best seller de autoayuda: el nombre del autor más grande que el título y el fondo era un cielo celeste adornado de nubes. Estaba, como la mayoría de los libros del estante más bajo de la biblioteca, enteramente carcomido por la humedad. Lo puse en la pila de libros para descartar.

Cada tanto me tomaba una pausa, ordenar esa biblioteca no era fácil. Mientras, chusmeaba los segregados, los abría, más por compasión que por curiosidad, y les decía chau leyendo dos o tres líneas. Además, confirmaba que realmente servirían más como papel higiénico o cartón. Retomé el de tapa celeste con nubes que me había llamado la atención, desentonaba con el resto.

"El amor es de esas palabras que conllevan un bagaje sociocultural imposible de sustraer al uso linguístico de la palabra", fue una de las frases que remarqué de un capítulo que mencionaba a diversos psicoanalistas y semiólogos que no conocía. El autor, de apellido indio, remarcaba que las palabras no pueden definirse herméticamente y relegaba al diccionario a un rincón de inútil fetichismo linguístico que nada tiene que ver con el fenómeno real y social que es el verdadero lenguaje.

El libro hablaba del amor cortés. Por lo que el moho me dejó entender, el autor hacía un análisis del uso de la palabra amor en la cultura occidental, del nacimiento del amor medieval como eje moral de la caballería y de las distintas acepciones que de la palabra se desprenden desde la lectura de la santa palabra.

En algunos pasajes mencionaba algunos ejemplos curiosos de cómo conceptos abstractos tales como la fe, el amor o el sexo se definen en una dialéctica particular existente entre el pensamiento mítico religioso donde el sexo es elidido y las bajas pasiones reinantes en el mundo. Menciona a Santa Inés, virgen romana, quién sufrió el martirio durante la persecución de Diocleciano y fue juzgada y sentenciada a vivir en un prostíbulo donde, milagrosamente, permaneció virgen.

Entendí que la ética del pensamiento occidental forja sus principios al calor de las contradicciones. Por eso la más virgen es la más puta, el más conocedor es siempre un ciego y el más rico, nada tiene. Algo de sentido tiene. La ceguera de los sabios ha sido, en la historia de la literatura, el oxímoron perfecto. Nadie ha podido memorizar más versos que los recitados por Homero, ni nadie ha escarmentado peor error que el cometido por Edipo, así como tampoco nadie superó a Borges, devenido en ciego cuando ocupaba su puesto de director de la Biblioteca Nacional, atacado, quién sabe, por el espíritu envidioso de Paul Groussac.

El libro mencionaba el amor perfecto de Jesús hacia María, joven prostituta, y así llegaba a la idea de que aquel descorazonado, incapaz de ejecutar el amor posesivo, de desvivirse por un ser amado, que todo lo da al complemento, reteniendo para sí lo imprescindible, que nada recela y es la antítesis del amante perfecto, es en realidad, quien ama de verdad. Para el autor, el amante perfecto era precisamente dios en tierra, en todas las diferentes culturas se repetía su figura, quienes todo lo aman sin amar a nadie en concreto. Quienes miles de años antes del new age ya profesaban que no se puede querer lo que se tiene, sólo se puede ser lo que se suelta. 

Algunos pasajes del libro no estaban mal. La posmodernidad, no obstante, se le notaba y sin compasión lo volví a la pila de descarte. 

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