No hay trenes en Lomas. ¡Arabella estaba tan cómoda sentada donde
estaba! No odia los colectivos pero sí las paradas de colectivos. Odia estar en
la calle y más esperando. A las siete lo esperaba Nicolás en su casa. Mira la
hora, son las siete y cuarto pasadas; no puede llegar muy tarde porque la
relación está bastante tensa para soportar la fricción de excusas imprevistas.
Camina a la parada del colectivo porque no le queda opción, la idea de nuevos
inconvenientes la lleva a pensar una vez más en su novio. Sin embargo, el día
es lindo, ella se encuentra relajada y puede ver, por eso, las cosas con un
poco de distancia. Piensa en la relación que lleva con él desde hace ya tres
años. Una relación sin descanso, sin esas pausas necesarias que dejan tomar
aire antes de emprender el esfuerzo más grande de toda persona: el largo
esfuerzo del amor. Su relación con Nicolás ha sido desde siempre intensa, fue ésa la razón por la cual no pudieron tomarse nunca algunas semanas para
repensar las diferencias. Ella sentía, desde lo hondo hasta lo superficial de
su ser, su anhelo por las caricias de Nicolás. No obstante, él no era más que
eso para ella, un montón de caricias vacías. Pasados tres años Arabella nunca había experimentado tanto el triste aliento de la
infelicidad. Está segura de que sus días con Nicolás discurren en la equivocación.
Espera el 160, el 79 o el 74,
cualquiera la deja bien. Por el orden inexplicable de las cosas un mensaje de
Nicolás y una llamada de su jefe le llegan casi a la vez. El primero lo lee
enseguida, suponiéndolo previamente: “Donde estás??”, le escribe su novio. La
inmediatez de la llamada imprevista no deja crecer el disgusto por el mensaje.
Las primeras palabras de su jefe sonaron: “Hola
Arabella. Lorena no puede viajar a Brasil por problemas personales surgidos a
último momento. Iba a llamar a la agencia pero pensé en vos. El avión sale
mañana temprano…”. Un viaje
de trabajo por una semana a un país que siempre quiso conocer. Le responde
que puede ir, que ya mismo armará las valijas. Arabella cruza la Avenida
Espora y se toma un remis a su casa.
Nicolás, entretanto, espera con seguridad la llegada de Arabella.
Tarde o temprano, junto a ella, llegaría la felicidad. Nicolás, como todos
nosotros en el momento que antecede a la tragedia, creemos que conocemos el
mundo, las personas y los sentimientos. O sabemos que conocemos sólo una
fracción del mundo, pero que ese pequeño conocimiento nos basta para deducir el
resto. Desde las siete y veinte hasta que terminó aquel día, Nicolás no dejó
nunca de creer en que Arabella aún lo amaba y que ése día tendrían sexo en su cama.
Jamás la volverá a ver.
Como nunca pudo creer en la posibilidad de un mundo que escape a
sus razones, así como renegó la existencia de la locura y la poesía en las
fuerzas que ordenan las cosas, Nicolás sostendrá por siempre que la loca ha
sido ella.
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