lunes, 10 de noviembre de 2014

Jamás la volverá a ver



No hay trenes en Lomas. ¡Arabella estaba tan cómoda sentada donde estaba! No odia los colectivos pero sí las paradas de colectivos. Odia estar en la calle y más esperando. A las siete lo esperaba Nicolás en su casa. Mira la hora, son las siete y cuarto pasadas; no puede llegar muy tarde porque la relación está bastante tensa para soportar la fricción de excusas imprevistas. Camina a la parada del colectivo porque no le queda opción, la idea de nuevos inconvenientes la lleva a pensar una vez más en su novio. Sin embargo, el día es lindo, ella se encuentra relajada y puede ver, por eso, las cosas con un poco de distancia. Piensa en la relación que lleva con él desde hace ya tres años. Una relación sin descanso, sin esas pausas necesarias que dejan tomar aire antes de emprender el esfuerzo más grande de toda persona: el largo esfuerzo del amor. Su relación con Nicolás ha sido desde siempre intensa, fue ésa la razón por la cual no pudieron tomarse nunca algunas semanas para repensar las diferencias. Ella sentía, desde lo hondo hasta lo superficial de su ser, su anhelo por las caricias de Nicolás. No obstante, él no era más que eso para ella, un montón de caricias vacías. Pasados tres años Arabella nunca había experimentado tanto el triste aliento de la infelicidad. Está segura de que sus días con Nicolás discurren en la equivocación.

Espera el 160, el 79 o el 74, cualquiera la deja bien. Por el orden inexplicable de las cosas un mensaje de Nicolás y una llamada de su jefe le llegan casi a la vez. El primero lo lee enseguida, suponiéndolo previamente: “Donde estás??”,  le escribe su novio. La inmediatez de la llamada imprevista no deja crecer el disgusto por el mensaje. Las primeras palabras de su jefe sonaron: “Hola Arabella. Lorena no puede viajar a Brasil por problemas personales surgidos a último momento. Iba a llamar a la agencia pero pensé en vos. El avión sale mañana temprano…”. Un viaje de trabajo por una semana a un país que siempre quiso conocer. Le responde que puede ir, que ya mismo armará las valijas. Arabella cruza la Avenida Espora y se toma un remis a su casa.

Nicolás, entretanto, espera con seguridad la llegada de Arabella. Tarde o temprano, junto a ella, llegaría la felicidad. Nicolás, como todos nosotros en el momento que antecede a la tragedia, creemos que conocemos el mundo, las personas y los sentimientos. O sabemos que conocemos sólo una fracción del mundo, pero que ese pequeño conocimiento nos basta para deducir el resto. Desde las siete y veinte hasta que terminó aquel día, Nicolás no dejó nunca de creer en que Arabella aún lo amaba y que ése día tendrían sexo en su cama.

Jamás la volverá a ver.

Como nunca pudo creer en la posibilidad de un mundo que escape a sus razones, así como renegó la existencia de la locura y la poesía en las fuerzas que ordenan las cosas, Nicolás sostendrá por siempre que la loca ha sido ella.       

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