lunes, 17 de noviembre de 2014

Hay veces en que...



Hay veces en que, queriendo contar las monedas, se te cae una con el entusiasmo de rodar varios metros y meterse ahí donde jamás la vas a recuperar. También hay días en que se te cae dentrífico en esa remera negra y limpia que tenés. O hay mañanas en que uno quiere pasar el té de taza y, por algún fenómeno seguramente explicado por la física y la dinámica de los líquidos, el té discurre tranquilo por todo el contorno de la taza inclinada mojando cualquier superficie menos el fondo de la otra taza donde uno tan inocentemente imaginaba que caería. En ocasiones el reloj apura y uno olvida la maldad de una media mal puesta; en el apuro te la ponés con la costura final un poco desviada de su eje horizontal y esa pequeña imperfección convierte cada paso en un infierno.

Hay veces en que pasan éstas cosas y otras parecidas, como si los objetos inertes acordaran actuar en tu contra, revelándose con toda su simplicidad ante el autoritarismo que tenemos cuando los manejamos. El mundo se torna del color más negro que se pueda imaginar. Los peores insultos se agolpan en la boca preparados para difamar el orden del cosmos. Entonces el día está a punto de colapsar en un agujero de irremediable mal humor. 

Así vas caminando por la calle, odiando cada paso. A todo el mundo. 

Hasta que esa persona pasa. Hablando por celular. Te mira. Y una sonrisa. Por un segundo ese mundo de muerte se diluye en el deseo. Una sonrisa tuya y la destrucción del mal humor es inmediata. El mundo de infortunios que persistía en tu cabeza no puede superar la felicidad dentro de su orden oscuro y se consume en la contradicción. La mirada de ella queda en la memoria inmediata y quizás desaparezca por completo en unos días, pero su acción ha sido indudable. No dejo de pensar en que los estados emocionales que se desmoronan con facilidad jamás son del todo verdaderos. 

En eso estás mientras la media sigue molestándote dentro de la zapatilla, pero tu mal humor se encuentra desactivado. En el mejor de los casos, y si la mirada llega al corazón, se puede disfrutar de la justa rebelión de las cosas: ¿cómo juzgar al té que escapa con valentía del destino de convertirse en orina humana?, ¿cómo no pensar que la moneda hace lo que debe cuando se esconde del ruin manoseo mercantil?, ¡qué bien están las cosas que se hacen odiar por aquellos incomprensivos e intolerantes seres humanos que desconocen la belleza de tu mirada! 

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