
Así es la vida de Gerardo quien,
pese a su estilo más bien bohemio, tiene un objetivo muy claro: alcanzar
la expresión máxima del arte. Para estar a la altura de la tarea se
instruye con las ideas fundamentales de la teoría del arte plástico y
literario. Con tantos conceptos de la estética se le ocurre una idea y
un día comienza a dormir en las plazas. Piensa que la obra de arte no es más
que pura sensación y no hay sensación más sentida que la soledad en la ciudad.
Asimismo, se convence de que la metáfora del frío es imposible de lograr sin
saber del frío verdadero, sentido por tantos en la calle. Llevados varios días en la
intemperie, no dejaba de pensar en aquella obra digna de sus esfuerzos. Entendió
que no hay obra más famosa que la anónima. Anónima debía ser, por tanto, la
empresa, por lo que comenzó a salir por las noches con un pasamontañas cubriéndole la cara a realizar grafitis en paredones vacíos. Pasó de contemplar el arte como reflejo de la realidad a contemplar la
realidad como si fuera reflejo de un gran cuadro. Si el arte es representación,
como enseñaban los griegos, la realidad es el arte más acabado representando
los conceptos detrás de ella. Invierno. Cucarachas. Injusticia. Cemento. Indiferencia. Combustión. Infamia. Celeridad. Inclemencia. Calle. Indolentes.
Corruptos. Invisibles. Contaminados. Imágenes. Celdas. Ídolos. Cuerpos. Inmateriales.
Constantes. Inseparables. Cientos. Incinerados. Un martes de otoño, se propone la gran obra y en un sueño de colores
ocres, música triste, personajes humillados y algunas horas, Gerardo logra su
objetivo. Tan glorioso, tan pasajero y tan ignorado.
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