lunes, 5 de junio de 2023

Karma

  
Por F. Ramallo


Aprendí en el ejercicio del error. Son fallos que componen, junto a la arcilla y la arena de río, los ladrillos con los que levanto las paredes de mi recinto. Fueron años de mucho trabajo. Mis pies pisan un barro que no entienden: hace  años que no llueve. Es barro de un sudor que cae desde una frente en danza tribal, un ritmo atávico que me vi forzado bailar cuando agaché la cabeza frente al orden y me confesé. Esta sería mi condena. 

Desde el alba hasta el despuntar de las primeras estrellas se oyen los tambores. Algunos mosquitos rondan mi cabeza, me zumban pero no llegan a picarme. Entre el zumbido y el ritmo se desarrolla la liturgia de cada día, el rito sagrado de cumplir la tarea. La construcción de una cárcel sinuosa, sin ángulos, me fue encomendada. La construí desde adentro, por lo que no necesité colocar puertas de entrada, ni salida. Nunca tuvo un extremo.. la continuaba sin fin.. ladrillo a ladrillo... siguiendo las extrañas formas de mi consciencia. 

Este ladrillo fue un creyente asesinado. Aquel otro. Y aquel. También le mentí a mi mujer. Este fue el engaño, aquel es otro. Por allá hay un amigo olvidado.

Esta mañana, al despertar, vi que otro había llegado. Sin saludar, como si fuera un desconocido o un familiar demasiado cercano, comenzó a colocar sus propios ladrillos. Atiné a oír su nombre entre algunos balbuceos. Había matado a su hermano más allá de la montaña. Trabajamos juntos durante todo aquel día y a la tarde, cuando creí que no había salida, mi compañero me miró con sus ojos grises. En el iris de sus ojos me vi, me identifiqué, me avergoncé, expié. Sus ojos me tragaron, me llevaron al fondo de otras traiciones, otros abandonos, otras tristezas, un karma que seguía un sinuoso curso de agua interminable. Comprendí en ese momento que mi destino era despedirme de aquel lugar. 

Al alba abandonaré mi cárcel. Debo continuar mi vida, con lo que recuerdo de ella, con lo que encuentre de ella. En las paredes de mi cárcel los dioses han hablado, la mirada del semejante fue el idioma. Como la leyenda que mi padre contaba del aquel que descubrió la verdad de Dios en su escritura, y su escritura en la piel de un tigre, y el tigre en su prisión, y que una vez sabida la verdad del cosmos poco le interesó usarla a su favor. 

Esa historia es hoy la mía. Mi condena era levantar las paredes que me encerraban y ahora que puedo abandonarlas, no quiero. Quiero yacer junto a mis ladrillos, soy las paredes que habito. Quiero estar en lo que tanto tiempo me ha consumido. El pago por mis errores fue en su momento la salida a la muerte, hoy la muerte es la salida a mi premio. Pero el designio de los dioses no es de mi incumbencia. Mañana comenzaré nuevamente. Será mi deber. Lo supe por unos ojos que ahora son los míos.

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