Hay que entender que la felicidad como se piensa comunmente es un
concepto bastante errado. Si tenemos que sobrellevar la existencia con
simpatía, no hay mejor opción que sentir como agradables aquellas sensaciones
que abundan en el mundo, no tanto las que escasean. Si buscás la felicidad en
el éxito, la fidelidad, lo eterno, o incluso en cosas superficiales y pasajeras
como la victoria, la saciedad, la aprobación o el orgasmo, te adelanto tu fracaso por la simple y obvia razón de que las unas son difíciles de hallar (si no imposibles) y las otras son demasiado efímeras. Por el contrario, es más efectivo buscar la
belleza de la vida en lo recurrente de todos los días: el sol odioso que se te
cuela por la ventana y te despierta, una manzana medio arenosa, el chico que no
te gusta pero por lo menos te habla, la tostada que se te quemó de un lado,
los menos tres pesos que te quedan en la sube, etc. Es así, la puerta que
conduce a la felicidad está bastante oxidada y chirría cuando se abre y detrás de ella no se descubre más que un poco de paciencia, la tranquilidad de una nueva derrota y la seguridad de las cosas imperfectas.
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