viernes, 23 de enero de 2015

La muerte


Que no sea de viejo ni de enfermo. Que sea al aire libre porque miraría al cielo. Imagino un anteúltimo soplo lanzado al viento. El esfuerzo por no desesperar traería recuerdos tranquilos: algún paisaje, quizás una lectura o un diálogo agradable. Seguramente recordaré un buen tema de guitarra. Sería obligación pensar un poco en la gente, en las vidas que siguen y que son queridas. Tal vez más en mis amigos que en mis hermanos. Sin embargo, se destacará por sobre todas las cosas la sonrisa de mi vieja. No se me ocurrirá mejor metáfora de la vida que se va yendo. ¡Sería hermosa la calma de estar consciente!

Pero temo que la realidad sea muy diferente a esto. Temo desilusionarme, como siempre que tengo que afrontar un desafío imprevisto. La realidad nunca es tan bella. Así, es más probable que se parezca más a un examen mal dado, o a un tropezón de esos que te hacen doler, o a una despedida de esas que se olvidan. Sería muy lógico pensar que solamente la oscuridad y el dolor dominen el momento o, lo que no es menos probable, alguna abstracción. Si esto último sucediera, la vida vista de lejos sería como un cuadro abstracto de colores ocres: algunos puntos moviéndose en colores lisos, líneas retorcidas, miles de significados en un espacio reducido. Como cuando se mezclan todos los colores del arcoíris obteniéndose un decepcionante pero tranquilizador marrón caca. Sólo eso y ya está. La vida en una imagen que parece no decir nada aunque puede verse linda.  

No quiero la oscuridad dolorosa ni la abstracción. Es por eso que cuando me acuesto muy cansado me concentro, lanzo un soplo a la oscuridad,  como si fuera un mosquito molestando, y la voy practicando.  

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