viernes, 9 de enero de 2015

Noches de vigilia II



Noche V
Diez mensajes de texto, una moto por la vereda, cuarenta y cinco personas por la feria, una barrida, una dormitada y alguna que otra meditación ocuparon mi quinta noche. ¡Ah! y demasiado sueño. En un día de cansancio me toca una tarea fatigosa: barrer los pasillos de la feria, que está tan llena de arena como cualquiera de las calles de la costa, y barrerla resulta una tarea tan imposible como sacarle el polvo a la misma playa.

Por cada colilla de cigarrillo tirada en el piso que junto salen dos de algún lugar. Sin embargo las barro con paciencia y con la ilusión de juntarlas todas en algún momento. La escoba se mueve automáticamente en mi mano, como arrastrada por un sueño. Hay muchas colillas de cigarrillo. Pienso que mañana serán arrojadas otras tantas iguales a éstas en este mismo lugar sin ninguna consideración de mi ignorado trabajo. Sigo barriendo pese a ello. Pienso en todas aquellas personas que hacen un trabajo parecido todos los días. Un trabajo que no termina, que es infinito y a la vez efímero. Toda una vida juntando los papelitos que la gente arroja sin que nadie les dé las gracias. Nada hay nada más noble que el servicio anónimo.

Noche VI
El mar trae temperaturas de otras tierras. Estoy con un buzo y una campera en pleno enero y, sin embargo, tengo mucho frío.

La noche me depara el primer sobresalto. Una persona con evidente sobrepeso camina entre los puestos de la feria deteniéndose en cada uno de ellos. Es un hombre. Me pongo nervioso. Lo veo. Está salido de una historieta. Pelo rubio y largo hasta el hombro, carga con tres mochilas algo deterioradas, dos atrás y una adelante, ropa de playa evidentemente sucia y una especie de bastón. Éste último detalle hizo que imaginara que venía de muy lejos. En cada puesto se tiraba panza abajo y husmeaba con detenimiento. Algo le tenía que decir.

-No te preocupes que ya me fijé y no hay nada- Le inventé.

-¡Jajaja! Algo voy a encontrar, vas a ver…

Esa risita maligna lanzada como respuesta me perturbó. Imaginé que estaba en problemas, que el gordo iba a empezar a romper todo o algo parecido. No parecía con ganas de irse y seguía buscando algo. Recordé aquellas leyendas que circulan en la costa acerca de vagos que viven de lo que encuentran, que rescatan los olvidos de la clase turista. De inmediato lo supuse de tal pandilla. Asomándome a la calle me aseguré de que estuviera la luz del patrullero en la entrada del muelle. Estaba por advertirle que podía llamar a la policía. Obviamente no fue necesario. Al igual que muchos de nuestros problemas, se acomodó las pertenencias, se sacudió la panza y se fue por su cuenta.

Noche VII
Hace ya doce horas que me encuentro trabajando. Nada pasa en una feria vacía a las seis de la mañana.

Tener sueño está mal dicho. Yo me dejo tener a cambio de la liberación propuesta por su vuelo que detiene el cuerpo. Un vuelo a la imaginación y un descanso a los músculos, no se puede imaginar nada más hermoso.

Pero despierto en ocasiones. Incómodo. Pienso que pasaron diez días desde la última noche y no quedan muchas más. Me iré de Santa Teresita antes de lo previsto.

Nunca en mi vida tuve tantos deseos de cerrar los ojos. Tantos. Literalmente me pesan los párpados. Se me pegan entre ellos y despegarlos es como hacer una flexión de brazos.

No pretendan mucho de este texto.

Noche VIII
A veces se me ocurre que quiero ser un viejo en una vereda. Bien sentado, tomando mate y esperando cómodo la muerte. No creo que esos viejos sean muy respetables pero sí que su actitud es digna de considerar, dejarán el mundo sin variar mucho de forma ni de condición y, por ende, sin sufrir mucho. Casi que disfrutan de la paz de la muerte con algún que otro placer mundano que la vitalidad otorga. Muertos en vida.
Esta última noche la pasé como un viejo sentado en la vereda. Como si estuviera un poco muerto, entre el sueño y la vigilia, con la mente en blanco. Me aseguraba de respirar y de sorber mi taza caliente. Hoy fue sin duda, la mejor noche. Las mejores noches son las que pasan desapercibidas. Y con viento calmo.

Y será la última. Me vuelvo a casa. A dormir. Y de nuevo a la vida.  

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